Había asuntos que resolver en el nuevo domicilio, como encontrar un colegio para Ana Mojica y sus 4 hermanos. Ella dice que, desde que abrió los ojos, ya era actriz y que no querría hacer otra cosa si volviera a nacer. Pronto encontraron una escuela para los 5 hijos, cerca del Parque de los Mártires. Resuelta la educación formal de Ana, quedaba pendiente la informal, vital para ella: sucede que le llamaban poderosamente la atención los actores de una compañía teatral que todas las mañanas sacaban a orear a la calle el vestuario de la función de la víspera. Se ofreció a ayudarles y, así como pasa cuando a uno le gusta mucho algo, se fue metiendo, se fue metiendo, hasta que se enroló en la compañía, en donde le dieron papeles de niña. Después, actuó en radiodramatizados en La Voz de la Víctor.
Un día, en la emisora La Nueva Granada, ya convertida en radioactriz, alguien le avisó que la estaba buscando Bernardo Romero Lozano, un hombre muy importante, director del reputado grupo escénico de la Radiodifusora Nacional de Colombia. Ella pensó que le estaban tomando del pelo, pero él había ido a buscarla y le preguntó si quería pertenecer a su grupo. Empezó el martes siguiente y, de la felicidad y los nervios, a duras penas durmió hasta ese día. Esta semblanza cuenta la vida de Ana Mojica a pasos tan veloces como los que ella daba en los 60s del siglo XX, de Radio Continental al Teatro Faenza, en el centro de Bogotá. Actuaba, grababa comerciales para la radio, corría de acá para allá ejerciendo la carrera con que soñó desde que, a muy corta edad, vio a una niña caminar sobre un caballo en un número de circo.