Por: Vespasiano Jaramillo
Un miércoles 24 de mayo de 1989, en Medellín (Antioquia) se eligió el mejor verso de amor. Durante el recital “La poesía tiene la palabra”, se hicieron públicos los resultados de un concurso organizado por la Casa de Poesía Silva. María Mercedes Carranza abrió el acto cultural con un verdadero manifiesto por la creación poética. Acá participaron virtualmente y en directo, con su discurso poético particular y su elocuencia diversa, los escritores Carlos Castro Saavedra (un video preparado para la ocasión), Giovanni Quessep, Juan Manuel Roca, José Manuel Arango, Jota Mario Arbeláez, Raúl Gómez Jattin y Darío Jaramillo Agudelo.
Los textos de estos autores se pasearon por la vida, la existencia, la tragedia, el júbilo, la soledad y, claro está, por los vericuetos y misterios del amor. Fue una tarde-noche mágica, aprovechada para sacar a la calle esta expresión literaria que vive en cada colombiano, pues no en vano se dice que “este es un país de poetas”.
El siguiente fue el verso de amor más bonito, que más de 20 mil personas eligieron.
“Poemas de amor 1”, de Darío Jaramillo Agudelo.
Ese otro que también me habita,
acaso propietario, invasor quizás o exilado en este cuerpo ajeno o de ambos,
ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,
ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio
esa sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera,
eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,
el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el
inmotivadamente alegre, ese otro, también te ama.
Y resultó un hecho especial para este enamorado antioqueño quien le ganó a “pesos pesados” como León de Greiff y al mismísimo José Asunción Silva, entre otros, que obtuvieron lugar en el podio por las votaciones que le siguieron a los versos de Jaramillo Agudelo. Otros de los versos que entraron en competencia fueron los siguientes:
Poema Ritornelo-Esta rosa fue testigo
León de Greiff
“Esta rosa fue testigo”
De este, que si amor no fue,
Ninguno otro amor sería.
¡Esta rosa fue testigo
De cuando te diste mía!
El día, ya no lo sé
(Sí lo sé, mas no lo digo)
Esta rosa fue testigo.
De tus labios escuché
La más dulce melodía
Esta rosa fue testigo:
¡Todo en tu ser sonreía!
Todo cuanto yo soñé
De ti, lo tuve conmigo…
Esta rosa fue testigo.
En tus ojos naufragué
¡donde la noche cabía!
Esta rosa fue testigo
En mis brazos te oprimí,
Entre tus brazos me hallé,
Luego hallé más tibio abrigo…
Esta rosa fue testigo.
Tu fresca boca besé,
¡Donde triscó la alegría!
Esta rosa fue testigo
De tu amorosa agonía
Cuando del amor gocé
¡La vez primera contigo!
Esta rosa fue testigo.
“Esta rosa fue testigo”
De éste, que si amor no fue,
Ninguno otro amor sería.
Esta rosa fue testigo
¡De cuando te diste mía!
El día, ya no lo sé
- Sí lo sé, mas no lo digo-
Esta rosa fue testigo.
Nocturno III - José Asunción Silva
Una noche
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas,
Una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas,
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
caminabas,
y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
y tu sombra
fina y lánguida
y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban.
Y eran una
y eran una
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
Esta noche
solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
por el infinito negro,
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida
y el chillido
de las ranas,
sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
¡entre las blancuras níveas
de las mortuorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada…
Y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola
¡iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella… ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!
Sobre la elección de su amorosa obra como la mejor, Darío Jaramillo Agudelo llegó a decir que si un poema suyo había quedado por encima de otro de José Asunción Silva, era la demostración de que “la democracia no es la mejor vía para escoger versos”.