A finales del siglo XIX la contradanza, aire musical de origen francés, cuyo nombre se debe a la contracción de Country y Dance ingresó por el puerto de Cartagena para irradiar, por un lado las fiestas de salón y las piezas de teatro y, por otro, y sin proponérselo, las fiestas populares. En ambos casos la adaptación del ritmo fue distinta, según fuera la noción de elegancia y diversión que tuviera uno u otro sector social. El uso de la contradanza fue asumiéndose, incluso, como posible elemento simbólico de la naciente nacionalidad que se buscó construir con la Independencia, no en vano varias piezas que se conocen de la época, asociadas a las victorias de los ejércitos libertadores, como La Libertadora o La Vencedora, tienen una base rítmica inspirada en la contradanza.
A pesar que la Independencia cambió las estructuras sociales, la condición de clase y de raza siguió marcando la idea de música y bailes nacionales. La aspiración de los sectores dominantes de consolidar a la nación, también desde el punto de vista de la expresión artística, llevó a que se abogara por una música dominante que conservara aires de elegancia y decoro asociados con las formas de expresión corporal y los acordes europeos. Posiblemente el bambuco se inserte dentro de este propósito. No en vano por muchos años éste fue referente de música nacional y, sin duda opacó otras expresiones musicales y dancísticas, por ejemplo las costeñas, que empezaron a adquirir protagonismos ya muy entrado el siglo XX, cuando en salones como el “Nueva Granada” de Bogotá, el famoso francisco Echeverry, más conocido como Pachito Eché empezó a organizar fiestas para las clases acomodadas bogotanas, en las cuales empezaron a penetrar aires costeños con las orquestas de Lucho Bermúdez y Pacho Galán.
Se necesitaron décadas para que hubiera un reconocimiento del aporte de ritmos negros e indígenas a las músicas y bailes nacionales. No es posible hoy en día hablar de una sola música nacional. Son múltiples.
Imagen: Baile de campesinos. Ramón Torres Méndez. (Detalle) Publicado en: Torres Méndez, Ramón. Álbum de cuadros de costumbres, París, A. De la Rue, 1860, p. 22