Julio Verne escribió clásicos de la literatura universal en un contexto optimista de la modernidad. Su amor por la ciencia estaba ligado a las revoluciones económicas y políticas de los siglos XVIII y XIX. Y su amor por la ciencia se plasmó en sus libros, que exploraron viajes al espacio, al centro de la Tierra y al fondo del mar. De esta forma, se adelantó a descubrimientos e invenciones que llegaron décadas después, como el submarino; así, también, se consolidó como uno de los padres de la ciencia ficción.
La pregunta es enorme y pesada, como una bibliografía de 65 libros o un submarino llamado Nautilus: ¿podía Julio Verne predecir el futuro? Antes de que contesten, analicemos la cuestión. En su novela de 1865 De la Tierra a la Luna, una nave despega hacia nuestro satélite precisamente desde Florida, Estados Unidos, el estado donde un siglo después se establecería el principal centro de actividades espaciales de Estados Unidos. A lo largo del libro, Verne expone las velocidades y los tiempos con los que la nave podría llegar hasta la Luna y describe cómo era la cabina donde iban los tripulantes. Una vez se hizo este viaje, mucho tiempo después, los datos fueron sorprendemente cercanos a lo que el autor había escrito. Piensen en esto, pero todavía no me respondan la pregunta.
En la Alta Bretaña, al oeste de Francia, queda Nantes, una ciudad industrial y portuaria. Allí nació Julio Verne un día como hoy hace 195 años, el 8 de febrero de 1828, en el seno de una familia burguesa de abogados; una de sus principales obras, La Vuelta al Mundo en Ochenta Días, acaba de cumplir 150 años. Las historias que escuchaba el joven Julio en el colegio sobre barcos y navegación le dieron paso a una fiebre incurable por la geografía y la ciencia, así como a leer todo lo que pudiera sobre ellas. A los diecinueve años llegó a París para estudiar derecho, pero pronto empezó a escribir y dejó de lado el oficio familiar. Quizás lo sedujo el circuito literario parisino, donde conoció a Balzac y Víctor Hugo, y se hizo amigo de Alejandro Dumas (hijo). En 1857 se casó. Le encantaba navegar, pero la mayoría de los lugares que luego retrataría nunca los conoció; no viajó casi.
Ramírez, Rubén Darío (1999). El mundo de Petrópulus [Cantante y vapor]. Bogotá: D.G.V. Producciones. Archivo Señal Memoria, BTCX30 009007.
Su debut llegó con Cinco semanas en globo (1863) —un gran éxito en ventas en el que un sabio inglés recorre África a bordo de un globo hinchado con hidrógeno— que le permitió firmar un contrato generoso en lo económico, pero que le exigía producir dos libros al año. Para lograrlo, Verne se fue a vivir a Amiens, al norte de Francia, donde escribió las obras de Viajes extraordinarios, casi toda su obra, que explora los conocimientos científicos de la humanidad a través de distintas aventuras. Como señala National Geographic, esta colección demuestra que Verne creía en el proyecto de la modernidad. La Revolución Industrial y la Revolución Francesa habían cambiado el mundo y el resultado le agradaba. Así la ciencia podía ser la luz que guiara a la humanidad hacia adelante, hacia una mejor vida, como pasa en sus novelas.
Viaje al centro de la Tierra (1864) se adentra en la expedición de un profesor hasta el núcleo de nuestro planeta a través de un volcán islandés; Veinte mil leguas de viaje submarino (1869) presenta a un biólogo que nada en las aguas profundas que indica su título; La isla misteriosa (1874) introduce de nuevo a los tripulantes de un globo y su llegada a una isla que esconde un reino acuático. Estos son clásicos de la literatura universal en los que Verne imaginó inventos varios que llegarían después, como máquinas que vuelan, que se sumergen en el océano o que cruzan el espacio. Y estos clásicos plasman dos grandes inquietudes del siglo XIX y la época de las revoluciones, según lo señala National Geographic: la exploración del mundo y el progreso tecnológico. Según reporta la BBC, distintos inventores le dan el crédito a Verne por inspirarlos para hacer sus obras: el poder de la escritura.
Por todo esto, Julio Verne es considerado como uno de los padres de la ciencia ficción, junto a nombres como H. G. Wells. En el New York Times, Edward Rothstein describió a Verne como un inventor de ideas: las hacía ver inevitables y, a veces, la realidad le correspondía. Por eso, dice Rothstein, Verne parece hablar por la mejor esperanza de la modernidad. Y este proyecto va de la mano con la escritura del futuro, que es una de las características de la ciencia ficción. Verne afirmó en más de una ocasión que su trabajo se limitaba a la aplicación y proyección del conocimiento científico de su época, pero sin duda su imaginación frondosa le permitió visualizarlo, hacerlo arte y palabra.
Velásquez Ulloa, Oliva (1985). La Tierra y el hombre [El espacio no es un sueño para el hombre]. Bogotá: Inravisión. Archivo Señal Memoria, C1P-244361 CLIP 2.
Si hablamos de ciencia ficción, hablamos de una tradición que puede remontarse hasta Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift en el siglo XVIII y que recoge obras maestras del siglo XX como Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell y ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick. Conforme avanza la tecnología, avanza también este género, junto con sus posibilidades sin límites. La ciencia ficción ha sido una plataforma infinita que ha permitido enfoques punk, feministas y antirracistas. En su corazón hay una búsqueda constante de un mundo mejor, incluso si el camino es alertar de los peligros de este que habitamos. Hacia el final de su vida, Verne mostró un lado menos optimista frente a la tecnología, como se evidencia en obras como El rayo verde (1882) y El castillo de los Cárpatos (1892); esta también es una veta fundamental para la ciencia ficción.
La pregunta sigue ahí, con el mismo peso de la historia de un género rico y disruptivo: ¿podía Julio Verne predecir el futuro? La respuesta quizás la dio el mismo Verne en una entrevista de 1902, tres años antes de su muerte, citada por National Geographic: "Yo simplemente he hecho ficción de aquello que posteriormente se convertiría en un hecho, y mi objetivo no era profetizar, sino difundir el conocimiento de la geografía entre la juventud”.
Autor: Santiago Cembrano