En la avenida más ancha y más larga del mundo, despliega el escritor bogotano Jorge Zalamea (1905-1969) el fastuoso cortejo fúnebre del todopoderoso Burundún-Burundá, tirano que proscribió el habla en sus ciudadanos para que se volvieran dóciles como los animales, pues el sagaz dueño de las vidas y los ejércitos columbró que la palabra articulada producía inconformidad e infelicidad. A la zaga del carruaje que transporta su ataúd, marchan sus fuerzas armadas, seres de artificio con rostros deformados o inexpresivos que visten uniformes a cuyo contacto mueren los animales, impertinentes criaturas que estorban sus eficientes asaltos a los enemigos del régimen. Marchan también la Iglesia, la escalofriante policía vestida de civil, los testaferros, los abogados, los parientes falsos, en fin... la comparsa que traslada a nuevas manos las tierras abandonadas por sus dueños genuinos tras el paso devastador de los ejércitos de la tiranía.
La obra no es un documento, ni una narración realista. La móvil procesión es como una pintura inanimada y grotesca del poder, como una burla sin risa, como una caricatura helada y grandiosa. El supremo difunto derogador de la palabra, el multitudinario cortejo y la historia de ambos constituyen la materia de El Gran Burundún-Burundá ha muerto, poema, relato, sátira sobre la tiranía escrita por Jorge Zalamea con el propósito no muy claro al comienzo de recitarla ante el pueblo. La obra nació menos para ser leída que para ser escuchada y fomentar en la audiencia el reconocimiento de su tragedia. Zalamea la escribió en 1952 en Buenos Aires, adonde se exilió por voluntad propia cuando, según él mismo le cuenta al escritor Germán Arciniegas en una carta, "en Colombia me era imposible hacer ya nada contra la infamia y el crimen, cuando la vida se me había hecho prácticamente invivible". ¿Qué era eso que le hacía tan difícil la vida en Colombia, a él y a sus compatriotas?
Los asesinatos por llevar una camisa o una corbata rojas, color del partido liberal, cometidos con la aquiescencia oficial, estaban en su apogeo. La policía y el ejército asaltaban pueblos y veredas. Se cometían asesinatos selectivos. Vehículos siniestros y ríos indiferentes transportaban los cadáveres. Las guerrillas liberales peleaban contra el régimen. Dominaba a Colombia el terror por causas políticas. Roberto Urdaneta Arbeláez gobernaba el país, en reemplazo del conservador Laureano Gómez, que debió retirarse del cargo por una enfermedad. Laureano ganó la presidencia en unas elecciones en las que él fue el único candidato, celebradas en un país sin Congreso, ensangrentado por la violencia contra los liberales y amordazado por la censura. Durante el gobierno de su antecesor, el también conservador Mariano Ospina Pérez, Laureano se opuso a cualquier intento de conciliación entre liberales y conservadores. Al contrario, fomentó los recelos con sus advertencias sobre el peligro que representaba para el país un triunfo liberal y con su declaración de que el liberalismo obtenía sus victorias en las urnas con casi dos millones de cédulas falsas.
Le dice Zalamea a Arciniegas que quizás El Gran Burudún-Burundá ha muerto es la primera cosa memorable que escribe. Pero ya había escrito en 1949 La metamorfosis de Su Excelencia, cuento que retrata a un presidente agobiado por el hedor de los muertos que su régimen carga a cuestas, cadáveres cuyo olor ha venido a asentarse en su cuerpo. El presidente es religioso. Pues bien, su religión le pasa cuenta de cobro. Por una suerte de trámite burocrático-teológico, los pecados de los muertos de su régimen se han convertido en sus propias deudas. Las culpas se multiplican en él en la misma proporción que los asesinatos, al tiempo que su olfato le descubre un mundo misterioso al que solo tienen acceso los animales. Esta fantástica ampliación de su olfato lo animaliza y colma de muerte sus fosas nasales y su espíritu, al que agobia una responsabilidad ineludible, contra la que no pueden blindar a Su Excelencia su rango y su obtusa piedad religiosa.
La metamorfosis de Su Excelencia es una obra de la literatura fantástica —menos frecuente en nuestro medio que la realista— y una denuncia política. En el cuento se reconocen la violencia colombiana de la década del 40 del siglo XX y la exaltación política y religiosa de las conciencias con que la atizaron algunos influyentes miembros de la Iglesia, como Monseñor Builes. ¿Quién es Su Excelencia? ¿Mariano Ospina Pérez? ¿Laureano Gómez? ¿La Violencia, que, aunque azuzada por ambos partidos, se cebó en los liberales al final de la década del 40? El cuento no alude a un gobernante específico, recurso con el que, en vano, pretendió hacerle el quite a la censura. Es una prosa tensa, contenida, menos discursiva y caudalosa y acaso más memorable que la crónica de las honras fúnebres del gran Burundún-Burundá, representación universal de los tiranos, tanto como Su Excelencia.
Jorge Zalamea lee las páginas iniciales de El Gran Burundún-Burundá ha muerto en un capítulo del programa De Viva Voz, de la Radiodifusora Nacional de Colombia, emitido en marzo de 1999 y realizado por Cecilia Fonseca de Ibáñez. El programa está en la Fonoteca de Señal Memoria, identificado con el código CD16314.
Carlos Fernández
Fecha de grabación: marzo 19 de 1999.
Fecha de emisión: marzo 20 de 1999, 12:30-1:00 pm.
Lugar de grabación: Radiodifusora Nacional de Colombia, Bogotá.
Referencias: 1946-1952, Colombia