Quizá no hay en la literatura colombiana una vida más rica en osadías, en experiencias, en aventuras que la de ese mulato que responde al nombre de Manuel Zapata Olivella. Caminó por las carreteras y los espíritus. Por los despeñaderos y selvas. Por dentro y por fuera de la discutible condición humana. Acumuló vida. Después escribió. Su literatura procede de la sangre, como quería Nietzsche.
En un rápido paneo puede señalarse que Manuel, después de Tierra mojada (1947), ha publicado, entre otros, los siguiente libros: Pasión vagabunda, He visto la noche, Hotel de vagabundos (teatro), China 6:00 a.m., producto de un viaje a Pekín como invitado a la Conferencia de Paz de los Pueblos de Asia y África, el cual, a su vez, le produjo un carcelazo en los calabozos del SIC (Servicio de Inteligencia Colombiano), al considerar el gobierno de turno (Laureano Gómez) que declaraciones de Zapata Olivella eran contrarias a la política internacional del régimen.
Luego, publica La calle 10. Idea y funda la revista Letras Nacionales. Edita Chambacú, corral de negros (Premio Casa de las Américas 1962). Más tarde En Chimá nace un santo, finalista en 1963 en el premio Seix Barral de Barcelona, después de luchar a brazo partido durante varias votaciones con la novela La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa.
Como anécdota curiosa podemos destacar que en abril de 1985 Manuel estaba en Barranquilla y debía ir a Montería. Para proporcionarse comodidad y ahorrar tiempo, decidió abordar una avioneta de Tavina que salía a las 7:30 de la mañana. Habían trascurrido tres minutos de vuelo cuando los siete ocupantes sintieron un golpe fuerte en la cola del aparato. El pequeño vehículo empezó a girar alocadamente y de inmediato se vino a tierra. En pocos segundos caían en la ciénaga de Malambo y unos canoeros iniciaban la labor de salvamento. Todos salieron con contusiones menores y sin saber qué había pasado. La radio nacional, de inmediato, entró en contacto con los accidentados. Como es obvio, entrevistaron a Manuel. El escritor de Lorica, sonriente y calmado, dijo que “ni siquiera se le había descompuesto el afro”. Cuando Juan Gossaín le preguntó por qué creía que habían tenido tanta suerte en un accidente tan peligroso, Zapata Olivella, sin titubear le respondió: “Porque en la avioneta iba yo y a mí me protege Changó”.
Viajero incansable, Manuel Zapata Olivella, quien no le tiene pavor a los accidentes, ha realizado periplos por distintas regiones del mundo. Su actividad es incesante. Para algunos de sus amigos es difícil ubicarlo. Hoy está en Nigeria. Luego en la antigua Cayena francesa; la próxima semana en Harlem, recitando aquellos memorables versos de Langston Hughes:
He contemplado ríos,
viejos, oscuros, como la edad del mundo,
y con ellos, tan viejos y sombríos,
el corazón se me volvió profundo.
Este texto hace parte del libro Manuel Zapata Olivella, caminante de la literatura y la historia, premio departamental de cultura 1998, Ministerio de Cultura. Descargue el cuadernillo de esta producción y escuche algunos fragmentos en los enlaces adjuntos.
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