Esta legendaria mujer sobrevivió 26 años a la muerte del libertador y quiso continuar el proyecto de consolidación de una América independiente.
Sin embargo, fue también víctima de aquellos personajes que a pesar de haber triunfado junto a Bolívar, se volvieron en su contra y manifestaron un profundo rencor en un hecho como el del atentado de la noche septembrina. Es así como Manuelita, tuvo que terminar sus días exiliada en la ciudad marítima de Paita, Perú. Allí murió, sumida en la pobreza y acosada por la difteria. La casa que habitó tenía un aviso “Tobacco, English Spoken, Manuela Sáenz”. Hoy en día, esa casa que habitó Manuela aún conserva algunos de sus recuerdos, como también la casa que está ubicada en el centro de Bogotá, y en donde Manuelita, a diferencia de su doloroso exilio, apoyó la articulación del proyecto libertador.
Manuelita Sáenz
Para algunos, Manuelita es una mujer adelantada a su tiempo. Según las memorias de Boussingoult, un profesor de ciencias naturales, ella era más o menos así:
“Manuelita no admitía su edad. Cuando la conocí parecía tener de 29 a 30 años: estaba en ese entonces en todo el esplendor de su belleza irregular: bella mujer, algo gruesa, de ojos cafés, mirada indecisa, de piel rosada de fondo blanco; cabellos negros.
En cuanto a su forma de ser, nada que se pueda tratar de entender: de repente se comportaba como una gran dama, de repente como una ñapanga (grisette); ella bailaba con perfección el minueto o la cachuca (cancan). Su conversación no tenía ningún interés cuando ella dejaba de adular con su coquetería; con inclinación a la burla, pero sin gracia; ceceaba ligeramente intencionalmente cuando visitaba a las damas del Ecuador. Tenía un encanto secreto para hacerse adorar. El doctor Cheyme decía de ella: «Es una mujer de una conformación singular!”; Jamás podría hacerle entender como estaba conformada. (…)
En Lima, Manuelita era de una inconsecuencia increíble. Ella se había convertido en una Mesalina. Los edecanes me contaron cosas increíbles y que solo el General ignoraba. Los amantes cuando están muy enamorados, son igual de ciegos a los esposos. Una noche, a las once de la noche, Manuelita se presentó en el Palacio, en la casa del Libertador, quien la esperaba con impaciencia. A ella se le ocurrió pasar por un grupo de soldados de la guardia a las órdenes de un joven teniente. La loca comenzó a divertirse con los soldados, incluyendo al tambor. Pronto el general fue el más feliz de los hombres.
Usualmente Manuelita iba por la noche donde el general; en una ocasión llegó inesperadamente y encontró en la cama de Bolívar un magnifico zarcillo de diamantes. Sucedió entonces una escena indescriptible: Manuelita, furiosa, quería arrancarle los ojos al Libertador; en ese entonces era una mujer vigorosa y estrecho tan fuertemente a su infiel que el pobre grande hombre se vio obligado a pedir socorro. A dos edecanes les costó trabajo arrancarlo de las garras de la tigresa, mientras el no cesaba de decirle: «Manuelita, tu te pierdes”.
Imagen: Manuela Sáenz. Oleo de Marco Salas, copia de Tecla Walker. Quinta de Bolívar, Bogotá.