Le pasó a Manuel Pachón en los cuarentas, cuando pertenecía al Grupo Escénico Infantil de la Radiodifusora Nacional de Colombia; le pasó a María Emma Díaz de Montoya en los setentas, cuando actuaba en las obras que dirigía Gonzalo Vera Quintana en la misma emisora. Ella, casada con Pepe Montoya, un conocido actor y director teatral colombiano, había tomado las riendas de la economía familiar hacía varios años, al caer enfermo su esposo. Para evitar que la reconocieran por el apellido y le dieran trabajo por compasión, cambió su María Emma de pila por Merena y unió las primeras letras de sus dos apellidos en Dimont y con este nuevo nombre salió a tocar puertas y a ganarse la vida.
Era actriz de teatro, formada en la compañía que dirigía su esposo, pero de actuar en radio, sabía poco. Mario García, director de radionovelas en Todelar, le tendió la mano y le prestó los libretos de las obras, para que ensayara en la casa los papeles que le había asignado. Así, se familiarizó con las especificidades de la actuación radial.
De lunes a viernes, hacía papeles en las numerosas radionovelas de las emisoras comerciales de Bogotá, cuyos capítulos se grababan uno tras otro de la mañana a la noche. El sábado, iba a la Radio Nacional para ensayar y grabar en una jornada de varias horas alguna tragedia griega o la obra de algún autor clásico. Qué bueno que llegara el sábado, para ver a sus compañeros, con los que tenía tiempo de charlar y almorzar, porque el ritmo de trabajo era más reposado, y para viajar: en las radionovelas de entre semana, encarnaba a personajes parecidos a los de la vida cotidiana, en cambio, en la Radio Nacional de Colombia, Sófocles y Esquilo la transportaban a mundos y épocas remotas, que procuraba devorar en los libros, porque los autores de las obras que se escenificaban en la radio pública le despertaban una enorme curiosidad.