Durante los años veinte, con el establecimiento generalizado de diferentes radios en el mundo, vino también la difusión de diversas músicas, entre académicas, populares y la mezcla de unas y otras. Dado que la industria discográfica estaba pendiente aún de dar sus pasos más decisorios (mayor fidelidad de grabación y mayor capacidad de los soportes), la radio se convirtió en un nuevo escenario para la música en vivo.
Como herencia del cercano siglo XIX, en el ámbito internacional la ópera y la zarzuela tuvieron presencia radial destacada. Las grandes figuras de estos géneros, como Enrico Caruso o Miguel Fleta, encontraron en la radio al mejor de los aliados para ocupar el lugar que tuvieron en la industria musical. En el contexto colombiano también se estableció la música en vivo como característica común a buena parte de las decenas de emisoras que se crearon desde la década de 1930, pero especialmente durante los años cuarenta y cincuenta.
Lo sucedido en Medellín y Bogotá, los dos más importantes centros radiales de ese momento, quedó expresado, desde la óptica de Jorge Añez (1892-1952), en su libro Canciones y recuerdos, publicado en 1951. En Colombia, ópera y zarzuela también ejercieron atracción. En relación con “la plana mayor de nuestros cantantes”, sin contar excepciones entre las que se encuentran Luis Macía o Luis Dueñas Perilla, afirma el autor que “el resto… se ha especializado en la ejecución de selecciones de ópera, opereta, zarzuela, o boleros. En sus presentaciones por radio o en los teatros cualquiera puede comprobar mi aseveración”[1].
Desde su óptica nacionalista, Añez escribió esas palabras queriendo hacer un reclamo “comedido y justo” sobre la ausencia de la llamada “canción vernácula” en los repertorios de los cantantes. Por otro lado, en las mismas páginas afirmó que “el advenimiento de la radio salvó a nuestra música típica… esta se hallaba de capa caída en Bogotá a fines de 1933, decaimiento que perduró por cinco años más: contados eran los lugares en donde se la ejecutaba”.[2] Esta escasez abarcaba la programación radial.
Es importante subrayar el vínculo directo que tuvo Añez con la música andina colombiana, como cantante, compositor y también realizador radial. Sus reclamos en el libro quisieron reivindicar la canción elaborada desde la segunda mitad del siglo XIX y que consolidó su carácter “nacional” ya entrado el XX, basada principalmente en el bambuco. Las canciones colombianas se vieron “amenazadas” en los años treinta, dado el auge que alcanzaron músicas populares procedentes de Cuba, México y Argentina –importantes focos de la industria discográfica–, como el tango o el bolero. Hay que pensar, por ejemplo, en la presencia de Carlos Gardel en Colombia en 1934. Solo hasta los años cuarenta Colombia empezó a expandir su presencia en catálogos internacionales, ya cuando el interés se había tornado hacia la música procedente del Caribe. De ahí el papel de Eduardo Armani y sus grabaciones de porros y rumbas criollas para el sello Odeón.
En cuanto a la programación radial, la elección hecha por las emisoras a nivel nacional fue dar prioridad a esas músicas populares prevalecientes en la industria discográfica, dado el gusto mayoritario que despertaban y la consecuente rentabilidad comercial. Se generó entonces la situación que Añez evocaba como desfavorable para sus intereses. Sin embargo, según lo cuenta, ello cambió al finalizar los años treinta. El autor marca un punto de quiebre con la labor del español José María Tena (1895-1951), compositor de zarzuelas, quien llegó a Bogotá en 1938 para ejercer como director artístico de la emisora Nueva Granada. Entonces, encargado de la programación musical, “se puso en el trabajo de conseguir partituras de los diversos aires nacionales… las instrumentó y divulgó con éxito excepcional”[3]. Además de la Nueva Granada (Bogotá), Añez destacó la labor realizada en La Voz de Antioquia (Medellín).
En el espectro radial también se encontraba la Radiodifusora Nacional de Colombia (1940). En lo que respecta al componente de música en vivo, esta emisora mantuvo desde sus primeros años una posición de relativa apertura. En sus estudios tuvo cabida tanto la música académica, como la popular, representada en la música andina colombiana. En la Radiodifusora Nacional estuvieron presentes músicos como Oriol Rangel, Alex Tobar, la Hermanas Garavito (I y II), a lo cual se suma la labor del “Conjunto de la Radiodifusora Nacional de Colombia”.
La música popular, no obstante, fue minoritaria en la programación. Al respecto, afirma Añez: “nuestra música típica fue la menos favorecida… únicamente le asignaron un programa de media hora cada ocho días… Esos programas se han hecho a base de cuartetos de cuerda –dos bandolas, tiple y guitarra-… Así, durante once años -1940-1951- la Radiodifusora Nacional sólo ha utilizado agrupaciones de la misma índole… Por esa potísima razón esos recitales, si bien recibidos en un principio, se tornaron asaz monótonos con el correr de los años”[4].
Para la década de los años cincuenta, la programación de la Radiodifusora incluyó tres emisiones semanales del programa “Música popular colombiana”, cada una con media hora de duración. Por los Boletines de Programas de la época que se conservan, es posible constatar que los miércoles a las 9 de la noche dicho espacio contó con el patrocinio de los Censos Nacionales; los sábados, también a las 9 de la noche, estuvo a cargo del conjunto de Oriol Rangel; y los domingos a las 7 de la noche, a cargo del conjunto “Ritmos Nacionales”.
La Fonoteca de Señal Memoria conserva una emisión de “Música popular colombiana” realizada el 19 de abril de 1953. La música estuvo a cargo del conjunto “Ritmos Nacionales”, dirigido por Alfredo Martínez. Este documento está catalogado con el código CD17149.
José Perilla
Información del archivo: grabación musical – música andina colombiana
Fecha de grabación: 1953
Fecha de emisión: 19 de abril de 1953.
Lugar de grabación: Bogotá
[1] Jorge Añez, Canciones y recuerdos, Colección Lecturas de Música Colombiana, Vol.5, Bogotá: IDCT – Alcaldía de Bogotá, 1990, p. 269.
[2] Añez, Canciones… p. 257.
[3] Añez, ibíd.
[4] Añez, op.cit., p.259