Casi todas las postales de la Bogotá contemporánea tienen de fondo las Torres del Parque. Las icónicas edificaciones finalizadas en 1970 fueron diseñadas por el arquitecto colombo francés Rogelio Salmona. Su nombre es imprescindible en la historia de la arquitectura colombiana y latinoamericana, por eso es importante seguir recordando su trayectoria y legado en un día como hoy en el que estaría cumpliendo 96 años.
Rogelio Salmona
Nació en París en 1927, hijo de madre francesa y padre griego se trasladaron a Colombia en 1931. Su vida en Bogotá y especialmente en el barrio de Teusaquillo estuvo presente a lo largo de su carrera, como una primera memoria de la relación entre el espacio, el cuerpo y el tiempo.
Pero lo que más recuerdo es que, en medio de todo ese galanteo de espacios, yo me veía crecer. Y me veía crecer, sobre todo, cuando mis padres no estaban, me quedaba solo y miraba a través de la ventana que marcaba mi tiempo. La edad se reflejaba en cada uno de los cuadrados con los que estaba formado el ventanal. A medida que crecía ascendía en la cuadrícula, se medían los centímetros, los decímetros, sentía que iba subiendo de manera muy rápida*1.
Sus estudios en arquitectura iniciaron en la Universidad Nacional en 1947, pero tras el Bogotazo del 9 de abril de 1948 se trasladó de regreso a Francia donde tuvo la oportunidad de trabajar en el taller de Le Corbusier a quien había conocido años antes en su visita a Bogotá. Con él trabajó durante nueve años mientras complementaba su formación académica. Diez años después, en 1958, retornó a Colombia donde trabajó incansablemente en una gran cantidad de proyectos urbanos y arquitectónicos.
Las obras más reconocidas de Rogelio Salmona
Como lo recuerda el arquitecto Alberto Saldarriaga Roa, la obra de Salmona se fue convirtiendo en un laboratorio de creación. Desde obras muy tempranas empezó a enriquecer el lenguaje moderno que traía de su formación en Europa, con las lecciones que aprendió de la arquitectura latinoamericana prehispánica y popular.
Esta reflexión del territorio y la relación de la arquitectura con su entorno, fueron las claves que acompañaron su recorrido por la arquitectura. La elección del ladrillo como material característico, también las formas, la topografía de sus proyectos y especialmente la relación que establecieron con su entorno, ponen en evidencia el delicado trabajo de diseño que sabía interpretar su lugar en el mundo.
Una de sus obras más reconocidas es el conjunto Residencias el Parque (también conocido como Torres del Parque), ubicado en el costado oriental de la plaza Santamaría en el centro de Bogotá. Su importancia radica en que es un manifiesto sobre cómo se debe habitar la ciudad. Terminada en la década de 1970, el proyecto apostó por construir un conjunto de vivienda multifamiliar abierto a la ciudad, con espacios públicos que permitieran el tránsito libre de peatones y que sirvieran como una continuidad del Parque de la Independencia dentro del proyecto. Esta estrategia radical, para una ciudad que cada vez usaba más la reja como protección a la propiedad privada, continúa vigente hoy en día mostrando que sí es posible para la arquitectura construir ciudadanía.
Esta fuerte apuesta por lo público y la relación con el lugar se encuentran presenten en sus más grandes obras. Su proceso de creación incluyó siempre una reflexión sobre el tiempo, el límite, la naturaleza y la memoria.
A través de su obra, Salmona logra conectarnos con el entorno, convirtiendo la arquitectura en una plataforma para estar presentes en el lugar y descubrirlo. Un claro ejemplo de esto es el proyecto urbano de transformación de la Avenida Jiménez. La apuesta fue la construcción de un espacio público que reconoció la memoria del lugar, que conectó a los habitantes con la presencia del agua y su importancia en la configuración de la ciudad, al mismo tiempo que propició espacios de encuentro donde la vida en comunidad se posicionó como el centro mismo de la apuesta urbana.
Así, las obras de Salmona nos recuerdan, casi sin darnos cuenta, que la ciudad es el espacio por excelencia de la tolerancia, del encuentro y la democracia, y que es en lo público que se construye comunidad.
La obra de Salmona sigue siendo una fuente inagotable de lecciones, y no solo por su excelente calidad arquitectónica, sino porque fue pensada por un humanista. Un hombre inquieto y sensible que entendió que el arquitecto debe ser como un poeta, siempre presente, usando todos los materiales sensibles que tiene a disposición para construir un lenguaje que transforme realidades sin ser impositivo. Como lo recuerda Claudia Antonia Arcila, para Salmona el mejor reconocimiento en vida fue la oportunidad de construir edificios públicos que le permitieron dejar en la ciudad su huella y su apuesta radical de construir ciudadanía a través del espacio público y comunitario.
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*1Claudia Antonia Arcila, Rogelio Salmona, Tríptico rojo: conversaciones con Rogelio Salmona (Bogotá: Editorial Alfaguara, 2007), s.p.
Autora: Adriana Uribe Álvarez