El 17 de junio de 1972 fueron detenidos cinco hombres que intentaban robar documentos de la sede del Partido Demócrata en el complejo de Watergate, en Washington. Como lo demostraron los periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, el presidente republicano Richard Nixon estaba espiando a sus opositores. Gracias a una fuente protegida, conocida como Garganta Profunda, se supo la manera en la que se adelantaron esas prácticas de espionaje, que terminaron en la renuncia de Nixon en 1974. Esta es una mirada al escándalo de Watergate, cincuenta años después.
El 17 de junio de 1972 fue el inicio del fin de la carrera del republicano Richard Nixon, el único presidente de la historia de Estados Unidos que ha dimitido. En la madrugada de ese día fueron detenidos cinco hombres que habían irrumpido en las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata, en el complejo Watergate, en Washington, intentando sustraer de allí documentos secretos.
Castrillón Restrepo, Hernán (1998). Siglo XX [Watergate]. Colombia: Cibermedia EU para Inravisión. Archivo Señal Memoria, BTCX30 009313.
Pero no eran ladrones comunes y corrientes. Eran agentes secretos al servicio del Comité de Reelección del Presidente que tenían la misión de intervenir las comunicaciones de la oposición y así espiarla. Serían conocidos como los fontaneros, porque actuaron para evitar filtraciones. Uno de los detenidos era el consejero de seguridad de la CIA y jefe de seguridad del comité, James W. McCord Jr. En general, había lazos que unían a los fontaneros con la Casa Blanca. Unos días después del inicio de su fin, Nixon se quiso desmarcar de los hechos en una rueda de prensa.
El 1 de julio renunció John Mitchell, jefe de campaña de Nixon. Así cayó una de las primeras piezas del dominó. Los periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, empezaron a investigar la situación desde el primer día. Una fuente, en particular, fue fundamental para aclarar el caso, tan importante que su nombre se mantuvo en silencio durante casi cuarenta años. Le decían Garganta Profunda —una alusión a la famosa película porno que llevaba ese nombre y había sido lanzada en junio de ese año— y en 2005 reveló su identidad: W. Mark Felt, entonces director asociado del FBI. Felt confirmó las sospechas de Woodward respecto al espionaje de la Casa Blanca a sus opositores, desde rivales políticos hasta periodistas críticos. Así, el 21 de septiembre Woodward y Bernstein pudieron publicar en el Washington Post, sin atisbo de duda, que Mitchell era el encargado de manejar los fondos para espiar al Partido Demócrata.
El 7 de noviembre de 1972 Nixon fue reelegido como presidente de Estados Unidos luego de derrotar al senador demócrata George McGovern, lo que no solucionó sus problemas. A comienzos de 1973 tuvo lugar el juicio a los cinco hombres que habían sido detenidos en Watergate: se declararon culpables por cargos de conspiración. Pero la historia no quedó ahí, pues en marzo el juez del caso, John Sirica, publicó una carta en la que McCord denunciaba que la Casa Blanca los había presionado para que se declararan culpables. Así, Nixon volvió a quedar en el centro del escándalo y él y su círculo fueron acusados de obstrucción a la justicia.
El Tribunal Supremo empezó entonces a investigar a Nixon, que fue perdiendo el apoyo de su partido, más aún cuando se supo que el presidente grababa todas las conversaciones de su oficina y el Supremo le pidió que las entregara. Tras intrigas y dilaciones que incluyeron el despido del fiscal que investigaba el caso, la Casa Blanca divulgó transcripciones de las conversaciones, aunque incompletas. El Tribunal Supremo insistió en que necesitaba las cintas en su totalidad, que al fin fueron publicadas en julio de 1974. Quedó demostrado que Nixon había intentado usar a la CIA para torpedear la investigación del FBI. Así las cosas, el 9 de agosto de ese año Richard Nixon renunció a la presidencia, aunque no admitió su culpabilidad.
Dangond Uribe, Alberto (1998). Los grandes dramas de la historia [Watergate III]. Bogotá: Inravisión. Archivo Señal Memoria, BTCX30 007331.
Han pasado 50 años desde la detención de los fontaneros en Watergate, momento que se constituye en el detonante de un escándalo que pasó a simbolizar la corrupción presidencial y que fue capturado con gracia y tino en la película Todos los hombres del presidente (1976) de Alan Pakula. En un artículo publicado hace unos días en el periódico Washington Post, Woodward y Bernstein admitieron que, para ellos, Estados Unidos no iba a volver a tener a un presidente tan corrupto y egoísta como Nixon, que dañara tanto al país en busca de su beneficio personal. Eso es lo que pensaban, hasta que Donald Trump llegó a la Casa Blanca para intentar destruir los instrumentos electorales que sostienen la democracia de la nación.
Hoy Watergate no es solo el recuerdo de un escándalo político ni la prueba de la importancia del periodismo. Es una alarma que no deja de sonar en su llamado a mantener los ojos sobre el ejercicio del poder e impedir que el Ejecutivo use su influencia para afectar la democracia. Un llamado a continuar la senda de Woodward y Bernstein y a seguir haciendo las preguntas que más incomodan.
Autor: Santiago Cembrano