Cultura y sociedad | Señal Memoria

Cultura y sociedad

Colección que agrupa los documentos relacionados con temas de interés general, expresiones artísticas, manifestaciones y producciones culturales originadas por los diferentes tipos de poblaciones en el país.

Con algo más de vehemencia que en la actualidad, durante los años 1970 existieron en Colombia quienes se dieron a la tarea de abrirse camino en el espinoso mundo del disco de música clásica. Consciente de la pertinencia que en su momento tuvo atender tal necesidad, la emisora HJCK auspició una serie de discos, algunos licenciados de sellos internacionales, otros como en este caso, testimonio de una producción local. La Fonoteca de RTVC conserva en su archivo dos discos del pianista Leandro Aconcha, realizados alternativamente a sus ocho y once años. Considerado como un niño prodigio del piano, con los años desapareció de cualquier tipo de referencia musical. Aún así, se conservan dos grabaciones con orquesta, en este caso española, y con un repertorio significativo. Fue uno de eso intérpretes a los que valdría la pena seguirles el rastro y empezar a escuchar con nuevos oídos para entender cómo fueron sus ejecuciones y cómo contrastaban, para bien o para mal, con el canon internacional del momento.

Colombia carece de estudios disciplinados que den cuenta de la cantidad de intérpretes que ha tenido y los aportes realizados en el ámbito de la llamada música clásica. Ello redunda en el olvido de figuras que alcanzaron notable reconocimiento, como es el caso del guitarrista tumaqueño Henry Rivas (1947-2008). Luego de sus estudios en el Conservatorio Antonio María Valencia y el Instituto Popular de Cultura de Cali, Rivas emigró a Venezuela para profundizar en el estudio de su instrumento. Becado por el gobierno italiano en 1971, continuó su formación en el Conservatorio Antonio Vivaldi y la Accademia Chiggiana de Siena. La demanda generada por su labor como solista, lo llevó a radicarse en Italia casi de manera definitiva. Algunas visitas a Colombia incluyeron conciertos y presentaciones para la Radiodifusora Nacional (hoy Radio Nacional de Colombia), cuyas grabaciones permanecen en el archivo de la Fonoteca. Antes de partir realizó esta única grabación discográfica para la HJCK (1970). Tras un fuerte accidente, entrado el siglo XXI, Rivas se ubicó en Bogotá donde falleció.

Algunos sellos periféricos de difusión amplia como Everest, Westminster, Vanguard o Vox, pero particularmente el primero, se hicieron célebres en la época del Long Play (LP) por dos razones: técnicas experimentales de grabación, afortunadas en unos casos, no tanto en otros; y el logro en reclutar importantes solistas o agrupaciones para la interpretación de repertorio no convencional. En este caso particular, disco publicado en 1958, tenemos obras representativas de una labor musical adelantada desde la periferia, que por su exótica originalidad y aportes musicales, supo granjear un puesto reconocido en la historia. Se trata de la suite orquestal sobre el ballet “Panambí” (1934-1937) del argentino Alberto Ginastera (1916-1983), y de manera protagónica la suite “Corroboree” (1945); la más reconocida obra del australiano John Antill (1904-1986), realizada también para ballet.

Dada la característica inestabilidad política e ideológica de su natal Turquía, Idil Biret (1941) desarrolla su carrera desde muy temprano en el contexto francés. Es una artista decididamente socialista, como bien puede inferirse de la carátula de este particular disco. Se incluye allí un repertorio ajeno a la habitual asociación que se hace entre Biret  y la obra de Chopin y Brahms. Esta incursión en sonoridades contemporáneas, como celebración musical de la obra de Carl Marx, resulta un tanto insólita, pero significativa sobre la labor de una intérprete comprometida con su afiliación política. Es en conclusión, un disco característico de la década de 1970; una carátula que hoy en día estaría lejos de ser percibida en el mercado del disco compacto, en el cual Biret ha figurado de manera protagónica con grabaciones más recientes que le han hecho acreedora de codiciados discos de platino, entre otros reconocimientos.

La soviética Maria Yudina (1899-1970) no solo fue una de las grandes pianistas rusas del siglo XX, sino que además fue la preferida de Stalin. Curiosa paradoja si se tiene en cuenta la abierta y desafiante oposición al régimen que manifestó la artista durante su vida, además de su confesa fe cristiana. Es un hecho que una interpretación suya del Concierto para piano No.23 de Mozart, a través de la radio, cautivó a Stalin a tal punto que el temido mandatario solicitó tener una copia de lo que creyó era un disco. En consecuencia, Yudina fue sacada de su casa a la media noche por el Servicio secreto, llevada a un estudio de grabación al lado de los demás músicos y obligada a interpretar de nuevo el concierto, para grabar y tener listo el disco que en la madrugada siguiente sería entregado al dictador, cosa que se logró. La matriz del audio fue conservada y en la actualidad es uno de los pocos discos de Yudina disponibles en formato digital. Dada la enemistad que la pianista granjeó por su temeraria oposición, fueron pocas las grabaciones realizadas en estudio y menos los conciertos registrados. De ahí el valor de esta compilación de grabaciones realizadas durante las décadas de los años 1950 y 1960.

Ya para los años 1970 se ha abierto un mercado enfocado en la nueva valoración del repertorio renacentista y barroco, condición generada como síntoma de modernidad, cercana a los desafíos de la cultura pop e inclusive de la contracultura de los tardíos años 1960. Mientras algunos se vuelcan a la psicodelia, otros lo hacen hacia la música antigua, con una obsesión análoga por la recuperación del pasado perdido. Aún en sus años mozos, los rostros de estos insignes personajes de Musica Antiqua Köln, indican la orientación algo hippie de sus personalidades. Bajo la dirección del violinista colonés Rienhard Goebel (1952), este reconocido ensamble alemán tuvo una trayectoria amplia que abarcó hasta la primera década del siglo XXI, siempre como referente interpretativo ya fuera de compositores reconocidos, o de los nuevos descubrimientos históricos.

Poco recordado en la actualidad, el Harpsichord Quartet, en cabeza de la clavecinista Sylvia Marlowe (1908-1981), realizó durante los años 1950 una acuciosa labor por el reconocimiento de la música barroca, a la par con un interés por manifestaciones contemporáneas. Para el momento, a pesar de los avances logrados en décadas anteriores, la música de cámara barroca se presentaba de manera marginal, salvo por el caso de aquellas obras escritas por Bach y algunas piezas de Handel y Couperin. Previo a la ebullición de los años 1960, el Harpsichord Quartet fue una agrupación enmarcada en el estertor de un espíritu decimonónico, siempre de smoking, con versiones distantes de la frescura que caracterizó la interpretación de música antigua años más adelante. Por lo representativo del aquel momento, es lamentable que sus producciones discográficas nunca hayan sido conocidas en el mundo del disco compacto.

El Quartetto Italiano, activo entre 1945 y 1980, mantuvo una nómina estable integrada por Paolo Borciani y Elisa Pegreffi, violines; Piero Farulli, viola (entre 1947 y 1977) y Franco Rossi, chelo. Con un extraordinario éxito logrado desde los años 1950, pero particularmente en las décadas siguientes, sus integrantes mantuvieron una virtual convivencia con giras de cien o más conciertos anuales. Esta vida forzosa y llena de disciplina, produjo no solo una admirada relación musical, sino también el surgimiento de declarados amores entre sus dos violinistas, llevados al altar en 1959. Otra fructífera relación fue aquella con el sello Philips, de la que se tiene la integral de cuartetos de Beethoven y Mozart, además de las obras de Brahms, Schubert, Schumann, Ravel y Debussy. También se incluye esta grabación de 1970, dedicada a las obras para cuarteto escritas en los albores del siglo XX por el compositor austriaco Anton Webern (1883-1945).

Otro de los proyectos musicales que hicieron célebre la labor de Walter Legge (1906-1979), como productor discográfico y gestor, es esta sonada conjunción de cuatro personalidades, recordadas por un carácter voluntarioso y ególatra. Se trata del pianista Sviatoslav Richter (1915-1997), el violinista David Oistrakh (1908-1974) y el chelista Mstislav Rostropovich (1927-2007), tres de los grandes productos de la escuela musical soviética, varias veces galardonados con el premio Stalin, joyas de la corona que en algún momento desertaron a Occidente, con sonados escándalos culturales y políticos al otro lado de la Cortina de hierro. Además de ello, un director de culto, Herbert von Karajan (1908-1989), rivalizado en su momento acaso por Furtwängler y Toscanini. Subyace detrás de este disco la producción de un objeto de garantizado consumo, que se supone sería la grabación canónica del “Triple concierto” para violín, violonchelo y piano en Do mayor, op. 56 de Ludwig van Beethoven. Ciertamente se trata de una laureada versión; difícil sería que no lo fuera, con cuatro marcadas personalidades cada una intentando llevar las riendas de la obra en una incómoda convivencia.