Ficha Técnica
Tantos santos que hay en el mundo, pero solo uno es colombiano. Bueno, una. María Laura de Jesús Montoya Upegui, la Madre Laura. Nació en Jericó, Antioquia, el 26 de mayo de 1874 y murió en Medellín el 21 de octubre de 1949. Fue misionera cristiana y profesora, y fundó la congregación de las Hermanas Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena. Y un día como hoy, hace nueve años, el 12 de mayo de 2013, el Papa Francisco la canonizó, convirtiéndola en la primera, y hasta ahora, única santa colombiana, luego de haber sido beatificada en 2004.
Si la Madre Laura es una santa es por los milagros que Dios hizo por intercesión suya. Han sido dos y ambos tuvieron lugar muchos años después de su muerte. Herminia González era la madre de una monja de la comunidad de las lauritas. En 1993, a sus 86 años, fue diagnosticada con cáncer de cuello uterino. Las hemorragias y los dolores cesaron en 1994, cuando González visitó la comunidad de la Madre Laura en el barrio Belencito de Medellín. En la habitación donde la santa solía dormir, la misma en la que murió, le pidió que la curara. Y así fue.
Cuando el médico Carlos Eduardo Restrepo estaba cerca de la muerte por polimiositis, enfermedad que lo había postrado en cama, sufrió una perforación de su esófago, lo que le acarreó una infección. La cirugía no parecía una opción que lo podría salvar. Restrepo rezó, pidiendo a la Madre Laura que lo curara. Un mes después había salido de la clínica.
La vida y obra de la Madre Laura, al margen de sus milagros, resultan importantes. Cuando tenía 39 años, luego de trabajar en educación, se fue a vivir a Dabeiba, Antioquia, para llevar el catolicismo a una comunidad Emberá Katío, donde encontró una manera de realizar su llamado y cumplir con la misión que sentía que debía cumplir en nombre de Dios. Como lo cuenta la madre Esther Hoyos, de la comunidad de las Hermanas Lauritas, la clave para la Madre Laura fue usar la pedagogía del amor en su labor misionera. “Ella lo tenía muy claro: lo que no podía el hombre con su fuerza, lo tenía que poder la mujer con todas las cualidades propias de ternura, amabilidad y bondad. Eso fue lo que se impuso en la selva, la pedagogía del amor”, comenta.
Autor: Santiago Cembrano