Roberto Urdaneta no fue elegido por voto popular. En un gobierno que se extendió hasta el 13 de junio de 1953, hizo frente a los graves problemas de orden público que aquejaban al país. La alocución del 13 de septiembre de 1952, nos habla de ese aspecto, pero también de cómo el país de entonces no es muy diferente al de hace 70 años. Con nuestro producto editorial La Voz del Poder reconstruiremos algunos de estos aspectos.
Radiodifusora Nacional (Productor). (1952). Alocución dirigida a los colombianos en la noche del 13 de septiembre de 1952. [Discurso]. Colombia: Radiodifusora Nacional. Archivo Señal Memoria, CD13905
La violencia bipartidista estaba en uno de sus peores momentos. “El país se enfrentó a una guerra civil no declarada que trajo consigo elevados índices de violencia y el traslado del conflicto a las ciudades, como fue el caso de los incendios ocasionados a las residencias de algunos líderes liberales y a las instalaciones de El Tiempo y El Espectador el 6 de septiembre de 1952”. En ese contexto surge este discurso de Urdaneta, una semana después del hecho.
Aquí Urdaneta muestra un país que a pesar de los graves problemas de violencia, sigue siendo próspero en lo económico, pero aún más importante, deseoso de la paz, expresado en la gran afluencia a partidos de fútbol y espectáculos de diverso tipo. Podría decirse que es indiferente a lo que sucede. Incluso este aspecto que Urdaneta ve con gran optimismo lo acentúa con el uso de una frase de Jorge Eliécer Gaitán.
En lo económico, a pesar de la ola de violencia, Colombia pasaba por un periodo de prosperidad “gracias a la ampliación de la frontera agraria, que incrementó la producción cafetera y logró subir el precio del grano en el mercado internacional. Esto desencadenó un flujo de capitales hacia la industria y el comercio que benefició a los productores de café y a los comerciantes”.
Según La Voz del Poder: “Durante su gobierno aumentaron la persecución y las retaliaciones contra los liberales. Este sectarismo radicalizó el conflicto bipartidista, particularmente en el campo, donde los dirigentes conservadores más radicales, apoyados por algunos miembros del clero, legitimaron el uso de la fuerza para aniquilar físicamente a sus opositores políticos”.
Autor: Javier Hernández