No solo ese 31 de marzo de 1983 Popayán sufrió un desastre natural a causa de un terremoto que dejó 250 muertos y cerca de diez mil damnificados. El 16 de noviembre de 1827 los payaneses también sufrieron un evento adverso que marcó a sus habitantes.
El departamento de Cauca y su constante exposición a movimientos telúricos han marcado diferentes momentos de su historia. Prueba de ello fue el sismo de la Semana Santa de 1983, que ocasionó la muerte a 250 personas y dejó heridas a otras 1.500. Destruyó más de 4.900 edificaciones y dañó alrededor de 13.500 viviendas en lugares como el centro histórico de la ciudad. Iglesias, conjuntos residenciales, el cementerio y algunos colegios, también sufrieron serias averías. Se reportó la destrucción del 80% de la ciudad.
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También podemos hablar del más reciente terremoto ocurrido el 6 de junio de 1994, en el municipio de Silvia, al oriente del departamento. Pero Señal Memoria recuerda otro terremoto vivido en la historia de la región caucana y que, según fuentes históricas, sucedió en noviembre de 1827. Es importante mencionar que, en este caso y por ser tan antiguo, la ausencia de instrumentos de medición hace que las evidencias se basen en relatos y observaciones de personas de la época.
Jesús Emilio Ramírez González (1904-1980), sacerdote jesuita y quien se desempeñó como vicepresidente del Comité de Sismología del Instituto Panamericano de Geofísica e Historia, escribió el libro La Historia de los Terremotos en Colombia (1975), que ha permitido rescatar con muchas fuentes y relatos de los hechos ocurridos en el país alrededor de este tipo de desastres naturales. Uno de estos tiene que ver con el que ocurrió aquel noviembre de 1827.
Según relata, sobre las seis de la tarde del 16 de noviembre de 1827 se sintió un primer movimiento fuerte. “La población llena de terror y angustia abandonó las casas y se refugió en chozas pajizas, en tiendas o vivaqueaba al raso, la mayoría salieron huyendo a las márgenes del río Cauca en busca de seguridad”.
Según los registros de la época, el evento dejó una persona muerta y algunas decenas de heridos. De igual manera, varias casas y edificios públicos quedaron en ruinas, pues “rajó y desentejó casi todos los edificios de la época y la catedral quedó totalmente destruida”.
Todos los edificios altos sufrieron mucho. Por ejemplo, las torres de San Agustín y Santo Domingo se vinieron abajo en gran parte.
La iglesia de San Francisco y sus conventos quedaron destrozados y muchas casas particulares se desplomaron y se hizo preciso demoler sus restos.
La administración pública de la época, como los recintos que servían al despacho de la Intendencia, la Corte de Justicia, la oficina de la Administración de Alcabala (impuestos), o la misma casa que servía de fábrica de aguardiente, quedaron inutilizadas. Incluso los presos de la cárcel tuvieron que ser trasladados al cuartel del Ejército.
El terremoto causó que todas las iglesias quedaran inutilizadas. La iglesia de San Agustín quedó casi en ruina y su torre tuvo que ser demolida. La iglesia de Santo Domingo perdió la copa en la que descansaba el crucero, pues sus materiales de construcción estaban hechos con cal y ladrillo.
Aunque es imposible tener un registro visual del momento del desastre natural, Señal Memoria presenta un fragmento de la serie documental Especiales de Colombia, producida por Inravisión, sobre el terremoto de Popayán de 1983. Allí se denotan los avances e iniciativas para la reconstrucción de la ciudad por cuenta de diferentes entidades públicas y autoridades nacionales y regionales.
El edificio del hospital quedó arruinado en gran parte. La reconstrucción de este y de la ciudad, según relata el sacerdote, estuvo cerca de los dos mil pesos oro, en cifras actuales alrededor de 400 millones de pesos, aclarando que en esa época, quienes ejercían las diferentes labores de construcción, en buena parte eran esclavos.
Como era normal en esos tiempos, los únicos que tenían las capacidades de describir las realidades del momento eran las personas letradas o personajes venidos de fuera. Como el francés Jean-Baptiste Boussingault (1802-1877), que dejó un relato que detalla lo sucedido en ese noviembre de 1827.
Dice: “…mi casa se despedazó, yo estaba escribiendo. Como el movimiento continuaba, salí y vi a uno de los criados en oración cantando: Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, líbranos de todo mal. Entré a mi choza y comencé a contar el tiempo en el cronómetro. La tierra tembló aún durante tres minutos, no creo que exagere si dijo que las oscilaciones horizontales del sureste al noreste duraron seis minutos en total…”.
El mismo Boussingault, continúa en su relato afirmando que “…hay pocos ejemplos de terremotos tan prolongados, y la circunstancia de haber seguido la muestra de un cronómetro es suficiente para establecer de manera más segura que el fenómeno tuvo una duración anormal...”.
Más adelante, el mismo texto citado por el sacerdote jesuita narra en detalle cómo el evento fue percibido en diferentes partes del país. El terremoto fue particularmente destructivo en los departamentos del Huila, Cauca y Cundinamarca. Por supuesto, estas noticias solo llegaron a Boussingault días o meses después.
Otras fuentes, como los historiadores de la diócesis de Popayán, complementan este relato del terremoto afirmando que ese 16 de noviembre no fue el único movimiento que destruyó gran parte de la ciudad, pues al día siguiente (17 de noviembre) en horas de la mañana tuvo lugar una réplica, casi igual de fuerte, que terminó de dañar las pocas construcciones que aún quedaban en pie.
Su descripción afirma que estas réplicas continuaron hasta febrero de 1828 y se sentían entre 2 o 3 veces por día, convirtiéndose así, al menos desde los relatos, en uno de los desastres naturales más importantes de la época, no solo por el nivel de destrucción, sino también por la manera como fue relatado, pues desde ese momento se empezaron a recopilar informaciones sobre la manera en la que sucedía un fenómeno que hasta el día de hoy tiene muchos vacíos, a pesar del avance de la ciencia.
Autor¡: Hugo Fernando Guerra