Ficha Técnica
Un día como hoy en 1952 nació el reconocido músico y activista Chucho Merchán. Su reconocimiento no es mainstream, aunque su carrera ha estado marcada por especiales experiencias, lejos de convertirlo en un personaje egocéntrico y egoísta lo han llevado a entregar sus capacidades y recursos a una causa que considera justa y urgente.
Como vemos en el siguiente fragmento del programa Gente del común, fuera de lo común, en un capítulo dedicado al “bienestar animal”, el músico habla de una de las formas en las que ejerce su activismo para ir más allá de demandar el bienestar y apostar por la liberación animal.
Estas dos posturas, la bienestarista y la liberacionista o abolicionista, difieren fundamentalmente, mientras la primera aboga por un uso de la vida y los cuerpos animales de formas en las que se reduzca al mínimo su sufrimiento, la segunda crítica la dominación misma que subyace a considerar a los animales no humanos objetos que pueden sentir, simples medios al servicio humano, y exige que el trato justo pase por abolir el especismo, que siguiendo al filósofo Iván Darío Ávila, es un orden social, físico, biológico y tecnológico que fundamenta la dominación animal.
Continuando con el enfoque materialista de este filósofo colombiano, el veganismo de Chucho se podría entender no como una identidad o estilo de vida asociada a prácticas de consumo “puras” respecto a la explotación animal, forma en que comúnmente se entiende, sino como una “serie de prácticas orientadas a componer formas de vida alternativas y antagónicas al especismo”.
Entre estas prácticas veganas estaría por su puesto su creación musical con mensajes antiespecistas, pero como él dice en otra parte del mismo programa: “estoy adoptando animales para que no todo sea palabras y canciones, sino salvar vidas también”. Por ello, junto a los símbolos que crea con su música, están los animales con lo que se relaciona en su santuario, que, como parte de una comunidad interespecie, simbolizan formas más cuidadosas y empáticas de relacionarse.
Por: Camilo Fernández Jaimes