En este artículo exploramos algunos puntos de la historia taurina en Colombia, para con ello acercarnos a comprender los lugares que han tenido las corridas de toros en ciudades y pueblos del país. Veremos cómo las élites coloniales y de legado colonial han reclamado su valor y su necesidad para mantener el orden social imperante. Desde luego, recurriendo a documentos que conservamos en el Archivo Señal Memoria y que de maneras diversas dan cuenta de esta historia.
Tradición y cultura de la violencia
Este año se sancionó y aprobó la Ley No Más Olé o Ley 2385 de 2024, “por medio de la cual se aporta a una transformación cultural mediante la prohibición de las corridas de toros, rejoneo, novilladas, becerradas y tientas, así como de los procedimientos utilizados en estos espectáculos que socavan la integridad de formas de vida no humana”.
La ley cuenta con un periodo de tolerancia de tres años antes de prohibir definitivamente estas prácticas, e implícitamente parte de reconocer su carácter cultural al asociarlas a tradiciones. De lo que se trata es de avanzar en el respeto y cuidado de los animales como parte de una cultura de paz que se opone a la violencia. De modo que la discusión ya no está en si es o no cultural, o incluso artístico, el carácter de espectáculos como la tauromaquia, sino en a qué tipo de relaciones se asocia, incluyendo, claro está, las relaciones con seres no humanos, en este caso toros y caballos que se ven abocados a un sufrimiento que se traduce en placer humano.
Llegados a este punto, resulta de interés conocer la historia de las corridas de toros e interpretar cuál es el sentido cultural, económico y político que ha permitido que se mantengan hasta ahora. Aunque estas tienen larga data, no se consolidaron en la forma moderna y como espectáculo popular sino hasta la primera mitad del siglo XX. Así, podemos ver en documentos como el que sigue, que en los años cincuenta, con el nacimiento de la televisión, existía un interés por representar la tauromaquia como asunto nacional.
DINAPE (Productora). (1956). Colombia al día: 1956-1958. Noticias de Colombia y el mundo: Ganadería en los Llanos. Bogotá, Cartagena: Dirección Nacional de Información y Prensa (DINAPE). Archivo Señal Memoria, F35MM-851204.
Constitución mítica del toro en Occidente
Mucho se dice que el “toro de lidia” existe para ser usado en la tauromaquia, pero que esto sea así no significa que tenga que serlo ni mucho menos que siempre lo haya sido. El toro, como cualquier animal domesticado, tiene una existencia condicionada, más no del todo limitada, a los intereses humanos.
Siguiendo esto, se ha visto asociado en diversas culturas a la fertilidad, llegando incluso a ser venerado. De esto dan cuenta hallazgos tan antiguos como las figuras encontradas en la península ibérica que datan de la Edad de Bronce. También en la antigua Grecia fue símbolo de vida, energía sexual y virilidad. Y en la mitología romana existe la recordada batalla que el dios Mithras sostuvo con un toro, narración que se dice es de origen persa.
En este contexto, el toro fue domesticado con fines especialmente pecuarios y religiosos. Se le consideró como medio para la existencia de un ciclo vital, como reproductor y símbolo de reproducción, que era sacrificado en tanto ofrenda a las divinidades para que permitieran la vida y la abundancia.
Ambos usos significaban una conexión de este animal con la “naturaleza”, lo que tendría cierta continuidad hasta las corridas de toros modernas. En estas, el hombre performa una dominación de las fuerzas naturales a partir de su fuerza racional, expresada tanto en un dominio técnico del propio cuerpo, como en la infraestructura que protege al humano y condena al toro.
Las narrativas del toro funcionan como mito fundacional de su importancia simbólica y práctica para la tauromaquia. El torero toma así el rol de un héroe humano-dios que demuestra su superioridad, como lo hizo Mithras siguiendo las órdenes del dios Sol de matar a “la bestia”.
Festejos rituales y orden social
Los toros, como otros animales domesticados, llegaron a América con la colonización, para satisfacer las costumbres españolas, ya fueran dietarias o de entretenimiento. Entonces las corridas eran muy diferentes, se llevaba a cabo en plazas públicas, que tienen forma rectangular; el torero a pie, que se distingue del torero a caballo, no era protagonista, no existía esa estética tan identificable en los trajes y demás objetos; tampoco cuadrillas organizadas de banderilleros subalternos; el público solía participar, como en las corralejas; y no se daba necesaria muerte al toro.
Las corridas eran un ritual de recreación para celebraciones civiles de carácter político o religioso, como la visita de algún cargo nobiliario o el día de algún santo. De esta manera lo retoma la siguiente escena de la serie Los pecados de Inés de Hinojosa, en la que celebran la visita de una mujer noble, esposa del presidente de La Real Audiencia, al Nuevo Reino de Granada:
Triana. Jorge Alí (Director). (1988). Los pecados de Inés de Hinojosa. Capítulo 5. Barichara-Santander; Tunja-Boyacá; Monguí-Boyacá; Villa de Leyva-Boyacá: RTI Televisión. Archivo Señal Memoria, BTCX60-065744.
También en los festejos nupciales estaba presente la tauromaquia, al ser eventos públicos en los que el hombre debía llevar toros que representaran su propia masculinidad, como lo enuncian algunos textos de finales de la Edad Media. En estos, se atribuye a los toros una naturaleza primaria, una virilidad, que es domada en nombre de la fuerza virginal que lleva al sagrado matrimonio.
De este modo, vemos que las corridas hacían parte de rituales que refuerzan y consolidan el orden social con sus instituciones, ya sea religiosas, políticas o civiles, como la familia. Este orden no es otra cosa que un sistema de relaciones de herencia colonial en las que los vínculos dios-hombre, hombre-mujer y hombre-animal eran pilares, dada su significación vertical en la que una de las partes de la dicotomía es superior y domina a la otra. Hablamos de una cultura cristiana, patriarcal y especista, donde Dios y el hombre mantienen una identidad.
De tradición aristocrática a espectáculo tradicionalista
Las corridas se siguieron realizando hasta llegar a la época republicana. Hasta entonces, aunque se daban en un espacio público, eran organizadas por la aristocracia para celebrar los asuntos de su interés. Más allá de las consignas antiespañolas de los criollos, su cultura hispanocéntrica sostenía el gusto por prácticas como la tauromaquia, aunque esta perdió conexión con la forma española, que se modernizó en el siglo XVIII.
Por ello, fue hasta 1890 cuando llegó la tauromaquia moderna a Colombia, y en 1902 se construyó La Bomba, primera plaza en Bogotá que tenía una forma circular. Hasta 1931 en la ciudad estuvieron activas diecinueve plazas, y en ese año se inauguró La Santa María. De esta plaza hablaremos en el siguiente artículo, donde ahondaremos en esta nueva forma que van tomando las corridas, la de un negocio.
Por ahora, veamos este documento de 1956 en donde podemos identificar una vez más la presencia de la tauromaquia en una fiesta civil. Esta vez, del más importante festejo republicano, el de la independencia, que fue por décadas el principal evento para la tauromaquia en la ciudad.
Ordóñez Ceballos, Antonio (Productor). (1956). Cinekosas. Bogotá: Cinematográfica Colombiana. Archivo Señal Memoria, VR F35mm-851305.
Este primer acercamiento a la historia de la tauromaquia en Colombia permite leer un carácter muy particular de dicha práctica que para algunos es una fiesta. Lo que nos lleva a preguntarnos: si lo que se realiza en una corrida con un toro es arte ¿qué es lo que este expresa? La respuesta inevitablemente tendrá que considerar el antropocentrismo, el androcentrismo y el especismo aquí expuestos, porque es innegable que en la faena se sitúan valores que enaltecen una masculinidad basada en la violencia como expresión de “la razón que domina a la naturaleza”, a lo animal.
Por: Camilo Fernández J.