Las brujas son mujeres portadoras de saberes ancestrales que van en contravía de la ciencia moderna. Existen desde la antigüedad y por su saber han sido perseguidas por la Iglesia católica desde sus inicios en la cultura occidental. Calificadas como brujas y hechiceras, se les asocia con los cultos demoníacos, lo que sirvió como justificación para someterlas a la hoguera, a pesar de su importante función social como curanderas, parteras y solucionadoras de traumas espirituales frente a la suerte y los amores adversos. Han sobrevivido a los tiempos y en la actualidad mantienen sus prácticas culturales de rebeldía frente a la ciencia y las creencias dominantes.
Muchos de nosotros hemos tenido algún tipo de cercanía con las brujas. Las encontramos en los relatos de los niños, en las narraciones orales que hacían y hacen nuestros mayores, o ante algún inexplicable fenómeno natural que nos espanta. Están en campos, pueblos y ciudades y se reflejan en aquel dicho: “que las hay, las hay, pero no hay que creer en ellas”.
Son, sin duda, una herencia cultural que llegó con los europeos a América y que se utilizó para denominar a los sacerdotes y sacerdotisas indígenas, a los curanderos y curanderas que trajeron la esclavitud, a las mujeres blancas y mestizas que habitaban pueblos y zonas marginales urbanas donde no había medicina.
Las brujas curaban males que no entraban en la clasificación de las enfermedades catalogadas por la medicina tradicional, como “el mal de ojo”, el “mal de sambito”, el “descuajamiento”, los “males de amores”... Sacaban los fríos después de los partos, utilizando plantas medicinales y algunos minerales, o mediante rezos que buscaban expulsar los malos espíritus. Muchas de sus prácticas son ancestrales y se han mezclado con costumbres cristianas, al punto que existen en un sincretismo con antiquísimas creencias religiosas de América, Europa y África.
Para los cristianos las brujas son maléficas y como tales han sido perseguidas y excluidas desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, han persistido y se encuentran en muchos lugares donde continúan con sus curaciones, sus “amarres o ligas amorosas”, “abriendo caminos a la suerte”, o adivinando el futuro mediante su clarividencia, lectura de cartas, de manos, de cenizas de tabaco, y de residuos de té, chocolate y café.
La brujería entre nosotros y dada nuestra herencia española, es prerromana, pero para los ingleses proviene de las religiones antiguas practicadas por celtas y germanos.
Brujas y hechiceras, ¿son lo mismo?
Las brujas son rurales, actúan en espacios donde las creencias en lo sobrenatural se imponen ante la incapacidad de explicar y entender los fenómenos de la naturaleza. Sus saberes están al servicio de quienes no se resignan a aceptar la incapacidad religiosa de resolver los males de hombres y mujeres. Las brujas actúan contra la resignación cristiana de aceptar los males humanos como un castigo de Dios y los enfrentan utilizando las fuerzas de la naturaleza con menjurjes y conjuros, por lo que quienes recurren a sus servicios les confieren poderes sobrehumanos, como desplazarse por los aires, en una separación de cuerpo y espíritu que ha llevado a la imagen caricaturesca que sobre ellas se ha creado y que las relaciona con el diablo, confundiéndose con las hechiceras.
Castillo, Boris (Realizador). (1998). Mitos y leyendas del mundo : agosto 20 de 1998. Ciudades perdidas I. Colombia: Radiodifusora Nacional de Colombia. Archivo Señal Memoria, RDNC-DGW-015479-01
Las hechiceras, por su parte, actúan en espacios urbanos y se las relaciona con prácticas demoníacas en la realización de sus conjuros que, generalmente, son utilizados para hacer el mal. Se las concibe como una derivación de la bruja rural que se asocia con el culto al demonio, practicado en reuniones conocidas como “aquelarres”, lo que las convierte en apóstatas de la fe cristiana. Su función, más que a la curación o alivio de males a través de la química y la herbolaria, se asocia al maleficio con la ayuda de ungüentos, ponzoñas y conjuros, mediante largas oraciones y ritos que invocan al demonio.
Castillo, Boris (Realizador). (1998). Mitos y leyendas del mundo : junio 4 de 1998. Las brujas - I. Colombia: Radiodifusora Nacional de Colombia. Archivo Señal Memoria, RDNC-DGW-015499-01
Brujas y hechiceras eran, sin duda, mujeres con poder en épocas en las cuales sus prácticas no eran aceptadas, pues se basaban en el rechazo a la religión cristiana que se buscaba imponer. Desde esta perspectiva, las brujas y hechiceras tuvieron una función social importante cuando los Estados aún no utilizaban la religión como práctica dominadora, pues ellas resolvían diversas situaciones adversas de orden material y espiritual de hombres y mujeres, apoyándose en las creencias y saberes de carácter ancestral y recurriendo a plantas y minerales a los que les conferían poderes sobrenaturales por no tener conocimiento científico de sus propiedades botánicas y químicas. Entre ellas destacan las parteras o curanderas, con su farmacia tradicional de brebajes e infusiones de hojas y raíces.
La utilización de sus saberes chocó con la imposición de la religión cristiana, cuyos sacerdotes las descalificaron señalando que estaban relacionadas con demonios. Así, fueron perseguidas por todos los medios posibles. La “cacería de brujas” se dio desde los inicios del cristianismo, pero se incrementó en la Edad Media, cuando el Tribunal de la Inquisición llevó a la hoguera a miles de mujeres por el sólo hecho de ser portadoras de saberes tradicionales milenarios.
Las brujas como víctimas
Desde luego, hubo brujos y hechiceros, pero destaca la rama femenina del oficio, sin que existiera discriminación en la calificación, pues a unos y otras los llamaron sacerdotes y sacerdotisas de Satán y los acusaron de prácticas religiosas contrarias a la cristiana, como justificación para que sus muertes en la hoguera fueran socialmente aceptadas. A partir de la socialización de la acción de la Inquisición, con sus hogueras públicas, los relatos de sus prácticas maléficas y sus imágenes como ancianas perversas que sacrificaban infantes o seductoras jóvenes que causaban la perdición de los hombres, se fue creando el estereotipo que hoy conocemos sobre estas mujeres.
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Fueron miles los sacrificados por los tribunales eclesiásticos y civiles, considerándose que un 80 por ciento fueron mujeres, y un 20 por ciento hombres, cifras en las que entraba la llamada población errante compuesta por vagabundos, nómadas, judíos y homosexuales y, desde luego, pobres, en una limpieza social propiciada por la iglesia y sus agentes.
Esta persecución empezó a menguar gracias a los calvinistas, los primeros en expresarse contra la cacería de brujas y la tortura, seguidos por el famoso Proceso de Salem (1692-1693), en el que un grupo de mujeres firmó una declaración pública reconociendo su incapacidad para enfrentar el mal derivado de la brujería del que fueron acusadas, gracias a lo cual no resultaron quemadas. Las ejecuciones disminuyeron a lo largo del siglo XVIII, aunque algunas se realizaron a comienzos del siglo XIX.
Hoy se admite que las brujas fueron víctimas de la Iglesia católica debido a su rebeldía frente a la imposición de controles sobre sus conductas y saberes, y que el arma que utilizó contra ellas fue imbricar el pecado con el delito, para justificar el supuesto castigo de Dios, utilizando las herramientas de los Estados. Por esto, movimientos feministas no dudan en calificar la cacería de brujas como “crímenes contra la humanidad”, o como un genocidio de los muchos que los Estados han cometido contras sectores de sus sociedades.
Lo que debemos admitir es que las brujas existen y que, por la persecución que han sufrido a lo largo de los tiempos, sus prácticas siguen investidas de un halo de misterio mágico que hace que se recurra a ellas ante un mal incurable, un desafortunado golpe de fortuna, o un fracaso amoroso.
Autor: Alonso Valencia