Ante la prohibición de las corridas de toros, o mejor diríamos la liberación de los toros de la violencia taurina, múltiples diarios y portales de economía dan voz al reclamo de empresarios y aficionados de la tauromaquia sobre el riesgo económico de la Ley No más Olé. Por lo que vale la pena acercarnos a esta tradición como negocio y ver algunos elementos de su historia de manera crítica. Allí nos encontraremos ante todo con la cosificación de las principales víctimas: los toros.
La tauromaquia está cubierta, como vimos en el artículo anterior, por un halo de misticismo que abstrae al toro del cuerpo sintiente y pensante que es, para representarlo como un elemento sublime de un acto aún más sublime. Pareciera descabellado, y lo es para muchas personas, que esto lleve al sector taurino a considerar la tortura y la muerte del animal como algo que no es problemático por la violencia que significa sino porque las personas no entiendan su “belleza”, en la medida en que limitan al toro a su animalidad más literal, desprovista del simbolismo moderno y colonial en el que encuentran lo valioso de la práctica.
Sin embargo, hablando de valor, puede resultar extraña a primera vista la combinación del toro representado como un ser más que animal y a la vez como un producto del negocio taurino; una cosa que se reproduce, se vende y se compra. Aún siendo culturalmente muy reaccionario, el sector taurino no es ni mucho menos anticapitalista, y si se trata de considerar a un ser que no hace parte de una actividad económica por voluntad no hay otra forma de considerarlo que como un objeto.
Dicho esto, encontramos en la tauromaquia un ecosistema económico en el que hay productos, servicios y actores de oferta y demanda, donde los toros no son considerados actores y sus vidas son una suma de costos para los ganaderos. Todo esto corresponde con lo expuesto por economistas taurinos, como Vicente Royuela, que sin alejarse de sus gustos por la estética de violentar al toro, consideran juicios de valor las cuestiones que no se puedan cuantificar en términos de economía de mercado.
A continuación veremos algunos elementos históricos que podemos relacionar con documentos audiovisuales conservados en el Archivo Señal Memoria, y que nos permiten pensar sobre la historia de la tauromaquia como un negocio.
Nace La Santamaría, símbolo del espectáculo
Un hito de la tauromaquia moderna en Colombia es la construcción de la Plaza de Toros La Santamaría, en febrero de 1931. Esta es la consolidación de una plaza amplia, fija y de alta calidad arquitectónica en términos estéticos y prácticos. Dichos elementos, junto a una mayor organización del espectáculo con tiempos de ejecución, roles estándar y ganaderías especializadas, permiten a las corridas ser un negocio y ya no solo una práctica mantenida por élites políticas, aunque fuera para disfrute de clases sociales diversas.
En el siguiente fragmento de 1957 vemos La Santamaría como escenario de un espectáculo en toda regla, que ya no solo incorpora la tradición sino una versión paródica e incluso irreverente de la misma, el toreo bufo, del que hablaremos en el siguiente artículo.
Fonseca Truque, Guillermo (Director). (1957). Colombia al día: 1956-1958. Noticias de Colombia y el mundo: [Época navideña en Colombia]. Bogotá D.C.: Dirección de Información y Propaganda del Estado (DINAPE). Archivo Señal Memoria, F35MM-851250.
La pureza de sangre: linajes y “razas”
Como acabamos de indicar, las ganaderías especializadas en “toros de lidia”, o “ganaderías de casta”, son un elemento clave para que la tauromaquia se pueda considerar un negocio. Y su historia en Colombia viene de la mano con la de esta primera gran plaza capitalina, pues fue Ignacio Sanz de Santamaría, un aristócrata proveniente de la nobleza quien estuvo detrás de ambas empresas, la Plaza y la ganadería Mondoñedo en la Sabana de Bogotá.
Diversos estudiosos de la economía taurina han señalado que la “ganadería de casta” se sustenta más en el capital social que en el económico, pues su rentabilidad no suele ser alta y se sostiene especialmente en el estatus social que da, otorgando distinción y posibilidad de influir en importantes círculos políticos y económicos. De modo que cuando Sanz de Santamaría “importó” toros de España, se trataba de darle más estatus al espectáculo del que participaba como empresario, particularmente del Circo de San Diego (plaza principal, antes de La Santamaría).
En el siguiente documento, un descendiente de este linaje colonial de terratenientes y empresarios exalta dicha historia, y con ella la “conquista” de América y la importancia de la sangre, muy aparejado con lo que veremos es la racialización por medio del “mejoramiento” genético.
Laguado, Henry (Director). (1988). Mirar a una ciudad: Del gris al verde. Bogotá D.C.: Audiovisuales. Archivo Señal Memoria, C1P-242894.
La consideración de los animales no humanos como objetos es muy propia del antropocentrismo de la modernidad, que se desarrolla en América con la colonización y el consecuente proceso de colonialidad, el cual persiste actualmente más allá de la Colonia. En lo que respecta a los animales domesticados, la colonialidad incluye la aplicación de técnicas propias de Europa para su explotación y su uso como cosas (en el negocio agropecuario no se titubea al llamarles “productos”).
El trabajo del filósofo Iván Darío Ávila sobre la zootecnia, que hemos abordado antes, explora la conexión entre el mito de la modernidad, que tiene un importante componente eurocéntrico, la falacia desarrollista, que posiciona a los países del norte global como modelos a seguir, y el especismo, como orden de dominación sobre los animales no humanos. Siguiendo esto, la racialización es una consecuencia de pensar a los animales domesticados como objetos que se pueden mejorar para ser más productivos.
Las razas convierten funciones asignadas a los animales, como la de “lidiar”, en parte de su ser (“toro de lidia”), por lo que sujeciona o ata al cuerpo sintiente y pensante, con la vida que quiere vivir, a los intereses del humano que lo domina y lo explota. Desde luego, esto también pasa con otras especies como los caballos y las vacas, que también son víctimas de las corridas.
Buscar toros más “bravos”, por medio de la selección genética y la cría controladas, hace parte de un proceso político que posiciona a los animales como cosas que posibilitan la acumulación de capital. En este caso, se da particularmente por medio de reproducir una práctica cultural violenta que nació para recrear un orden colonial, y que persiste para hacerlo con uno republicano y capitalista.
Hemos visto hasta ahora la conexión entre la colonialidad y la explotación taurina, apartándonos de manera crítica de las lisonjas propias de los aficionados taurinos, varios de ellos periodistas económicos, economistas y empresarios. En el siguiente artículo continuaremos abordando la tauromaquia como negocio para hablar más de la estética y la narrativa tradicionalista que lo caracterizan, y que, como el lenguaje mercantil, oculta algo que en no pocas ocasiones ha sido una sorpresa: que el toro siente y no quiere ser torturado ni asesinado.
Por: Camilo Fernández J.