El aventurarse en busca de nuevos destinos ha sido un impulso humano propiciado por varias razones: reconocimiento de un territorio, búsqueda de alimentos, limitaciones económicas y, más recientemente, el placer de conocer otras culturas y pasar por experiencias diferentes a las del lugar de origen. Hoy en Señal Memoria llevaremos a cabo un recuento de cómo los humanos hemos pasado de surcar las misteriosas aguas mar adentro con total desconocimiento del destino final, a intentar emular esa experiencia con la certeza de aprovechar una gran oferta turística.
El desplazarse de un lugar a otro con el fin de satisfacer las necesidades humanas, hizo parte de la cotidianidad previa al descubrimiento de la agricultura, aproximadamente hace 10.000 años. A partir de entonces el ser humano empezó a dejar atrás su tránsito de un lugar a otro en busca de alimento o refugio y logró establecerse aquí o allá. En ese momento comenzaron a florecer las grandes civilizaciones en las cuencas de ríos que pasan por tierras llamadas Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma...
Desde el establecimiento de estas grandes civilizaciones, los principios expansionistas imperiales llevaron a que el desplazamiento buscase ciertos fines específicos, de carácter económico, político o territorial. No eran viajes de placer. Viajar era toda una odisea, como lo reflejó Homero en el siglo VIII, pues surcar los mares implicaba afrontar el peligro y la posibilidad de no regresar. Viajar era sumergirse en lo desconocido y los pocos que lograban volver contaban historias fantásticas de todo aquello que podía encontrarse más allá del mundo conocido.
Esta exploración, en el caso de Occidente, se enfocó en el gran mar Mediterráneo, lugar fundamental para el historiador Fernand Braudel, que explica en su obra cómo el Mediterráneo configuró una unidad de larga duración, constituyéndose en un ámbito fundamental para el intercambio económico entre Oriente y Occidente, principalmente de bienes como la seda y las especias, tremendamente importantes y codiciadas en los reinos de España, Gran Bretaña, Países Bajos, Francia y Portugal.
Esta búsqueda de rutas a Oriente llevó a que personajes como Cristóbal Colón y Fernando de Magallanes se empeñasen a fondo en dar con la manera de llegar a la India, donde abundaban las especias que daban sabor a la entonces insípida comida: la cúrcuma, la canela, el clavo, el comino, el jengibre, la pimienta y el azafrán eran vitales en la mesa de los europeos.
Así, los viajes se realizaban a la luz de esa necesidad. Y con ellos solía llegar la felicidad de encontrar tierra después de pasar meses sin verla, tal y como lo expresa el radioteatro 12 de octubre, que da cuenta de la travesía de Colón y sus tripulantes a América cuando aún creían que iban a la India.
HJCK. La voz de América: Radioteatro sobre el 12 de octubre de 1492. Bogotá: Archivo Señal Memoria. HJCK-DGW-074319-01-SER001CPTDGW.
En esos viajes, el arribo a lugares inesperados era algo con lo que tenían que vivir los navegantes. Sin embargo, la visión de aquellos que en su territorio eran sorprendidos por los visitantes que descendían de carabelas, era otra experiencia.
Como lo narraba Miguel León-Portilla en La visión de los vencidos, los indígenas nativos expresaron sus perspectivas de rechazo a estos personajes que llegaban primero, convencidos de haber descubierto ese lugar, que en realidad de descubrimiento no tenía nada porque ya había gente. Y lo hacían de manera violenta, en términos bélicos y sanitarios, pues traían enfermedades de Europa, como la lepra, el sarampión, la viruela. Igualmente, había violencia en el plano religioso motivada por la imposición del catolicismo como único credo. Así, viajes como los de Colón y Magallanes fueron un auténtico choque de mundos.
De una u otra manera este panorama lo recrean los documentos de archivo de Señal Memoria, en particular el radioteatro Amerindia de 1979, dirigido por Gonzalo Vera Quintana, el cual relata la perspectiva de los nativos americanos al ver llegar a los navegantes españoles.
Vera Quintana, Gonzalo (Director y libretista). Radioteatro : octubre 12 de 1979 “Amerindia” Bogotá: Archivo Señal Memoria. RDNC-DGW-010352-01-SER001CPTDGW.
El tiempo transcurrió, las conquistas continuaron, pero la perspectiva del viaje cambió. En 1670 se realizó el primer Grand Tour, conocido como El viaje a Italia, emprendido por jóvenes aristócratas de nacionalidad británica en su mayoría, que hicieron esta excursión como parte de su educación, previa a la edad adulta y por consiguiente, al matrimonio. El principal objetivo del Grand Tour fue el acceso al arte clásico y renacentista, al igual que codearse con otros aristócratas durante un periodo que podía ser unos meses o incluso varios años, dependiendo de la capacidad económica de cada quien.
Gracias a la gran popularidad que tuvo el Grand Tour, surgieron trabajos para multitudes de guías, así como una revalorización del arte clásico y renacentista, ya que el recorrido tocaba Francia, Italia, Países Bajos, Bélgica, Alemania, Suiza, España, y una vez libre del Imperio otomano, también Grecia, lugar popularizado por Lord Byron.
Partiendo de la premisa del Grand Tour como un viaje a un espacio ya conocido del cual se sabe qué se puede esperar, viaje que perseguía fines educativos y de placer, los avances tecnológicos como la máquina de vapor, el tren y el avión permitieron que viajar fuese algo menos misterioso pero al mismo tiempo rodeado por la magia de buscar nuevas experiencias en lugares alejados de la cotidianidad. Por esta razón, programas como El mundo al vuelo se hicieron tan populares y permitieron acceder a esas experiencias remotas sin la necesidad de experimentar los contratiempos del viajero.
En Señal Memoria traemos a ustedes un fragmento de El mundo al vuelo, en el que Héctor Mora da cuenta de tres grandes destinos propios del turismo actual. Son lugares paradisíacos: Panamá, Puerto Rico y Guatemala.
Mora, Héctor. Notas de a bordo 71 : [Panamá, Puerto Rico y Guatemala] marzo 17 de 1995. Bogotá: Archivo Señal Memoria. UMT-216454 CLIP 1
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Autora: Valentina Mena