Cultura y sociedad | Señal Memoria

Cultura y sociedad

Colección que agrupa los documentos relacionados con temas de interés general, expresiones artísticas, manifestaciones y producciones culturales originadas por los diferentes tipos de poblaciones en el país.

El colombiano Rafael Puyana fue sin duda uno de los grandes clavecinistas del siglo pasado. Reconocido como el discípulo más importante de Wanda Landowska, alcanzó un prestigio internacional de cuya magnitud no se tuvo una real percepción en nuestro país. Sus primeros discos fueron grabados con un clavecín muy parecido al de su maestra, de sonido distinto a aquel que hoy consideraríamos como “auténtico”, pero interpretado con elegancia y poesía. Más adelante, y casi hasta el presente, las mismas virtudes se hicieron evidentes en sus registros en instrumentos originales. Sus rendiciones de Scarlatti y Soler son insuperadas hasta la fecha.

La pianista Marcelle Meyer fue la musa de varios de los más importantes compositores franceses de las dos primeras décadas del siglo XX, cuyo repertorio interpretó y grabó con indiscutible autoridad. Pero asimismo, mientras su colega Wanda Landowska reclamaba para el clavecín las obras de los maestros barrocos del teclado, Meyer las redescubría con elegancia y enorme sensibilidad en el piano moderno. Por eso son igualmente inestimables sus grabaciones de la música de Rameau (siglo XVIII), Satie (siglo XIX) y Ravel (siglo XX).

De pocos intérpretes puede afirmarse lo que se ha dicho de Wanda Landowska: que desató una revolución. Pianista polaca de sólida formación en la escuela que derivaba directamente de Liszt y Chopin, célebre ya por sus interpretaciones de Mozart, descubrió el repertorio para clavicémbalo y se convirtió en la primera gran virtuosa en los tiempos modernos de este instrumento, que llevaba más de cien años considerado como un aparato obsoleto y cuya sonoridad y mecanismo habían sido desplazados por aquellos muy distintos del piano. Para tal fin, Landowska se mandó construir un clavecín con pedales y un chasis de hierro, que pudiera proyectar el sonido a semejanza de un piano moderno. Desde entonces hasta nuestros días, gracias al firme proselitismo de Wanda Landowska y, sobre todo, a sus grabaciones, no sólo el clavecín volvió a ser un instrumento importante, sino que arrancó en firme el redescubrimiento de la música anterior a 1750.

Icono pianístico del siglo XX, el canadiense Glenn Gould se opuso a la principal exigencia social que su profesión heredaba del siglo anterior, como era la de ser una figura pública, con un itinerario demarcado por las salas de concierto y un denotado papel como solista, ya fuera de cara a la masa orquestal o en solitario. Gould supo convertirse en una genuina superestrella justamente por renunciar a todo esto, creando a su alrededor un halo de misterio por sus excéntricas exigencias a la hora de grabar en estudio, sólo él ante el micrófono. Lo cual no significa que sus versiones de buena parte de la obra para teclado de Johann Sebastian Bach y de algunos compositores del siglo XVII no tengan bien merecido el estatus de culto que tienen hasta el día de hoy, porque efectivamente comunican algo único, con una convicción y una personalidad irrepetibles. La trágica muerte de Gould en 1982, a causa de un derrame cerebral, le dio el toque final a su leyenda.

Hay quienes consideran al bresciano Arturo Benedetti Michelangeli como el mejor pianista del siglo XX.

El compositor británico Gustav Holst encontró en el universo sonoro de Wagner un medio de expresión para sus inquietudes nacionalistas, metafísicas y filosóficas.

Tal vez ninguna figura de la música clásica haya incidido tanto en el pensamiento, la estética, la ideología y la política como Richard Wagner.

El sello Melodia nació como una empresa oficial del gobierno soviético, dedicada a la difusión de los artistas y el repertorio nativos. Con los años, este espectro se amplió considerablemente e incluso se volvió el difusor de celebridades occidentales del pop, como Abba y Bon Jovi. Esta, sin embargo, es una producción típica de su primera época: incluye dos cantatas escritas en tiempos de Stalin y concebidas con el fin explícito de celebrar su régimen. La Cantata para el Vigésimo Aniversario de la Revolución de Octubre, de Sergei Prokofiev, tan monumental en su concepción como de insólita inspiración musical, volvía líricos pasajes escogidos de Marx, Lenin y Stalin, adecuándolos para vastas fuerzas corales, orquesta sinfónica, conjunto de acordeones, altoparlante, sirena y locutor. Aún así, en su versión final algunos textos de Lenin tuvieron que ser omitidos para abrir campo a otros de Stalin. El sol brilla sobre nuestra madre patria es otra obra para fuerzas igualmente monstruosas, pero de una factura musical mucho más rutinaria. Fue compuesta por Dimitry Shostakovich en 1952 para festejar al propio presidente, quien previsiblemente se hallaba representado en el “sol” del texto.

Esta producción hace parte del ambicioso proyecto de grabación y publicación de las cantatas completas de Johann Sebastian Bach que adelantó en la época del LP el sello Archiv, filial de Deutsche Grammophon. La figura de Martín Lutero en la carátula y la dirección de Erhard Mauersberger, tenedor del cargo que alguna vez ejerciera el propio Bach en la iglesia de Santo Tomás en Leipzig, anuncian con particular eficacia la autenticidad de esta grabación, que contiene la cantata BWV 80, “Una poderosa fortaleza es Nuestro Señor”, basada en el himno luterano del mismo nombre, del cual se ha dicho que fue “La Marsellesa de la Reforma”.