Ficha Técnica
Sigue siendo precaria la memoria colectiva en torno a las víctimas animales de la tragedia de Armero, a pesar de ser una de las catástrofes más devastadoras de la historia de Colombia es muy poco el registro que existe sobre perros, vacas, pollos, gatos y demás especies que murieron a causa de la avalancha o en manos humanas por el riesgo que les representaba. Y aunque no se limitó a ese el papel de los animales no humanos en la tragedia, pues también tuvieron un rol en el rescate, el presente texto busca conmemorar a estas víctimas.
De los animales que murieron o que incluso quedando con vida sufrieron sobremanera en ese fatídico noviembre de 1985, al parecer solo algunos fueron cuantificados o, cuanto menos, no es de fácil acceso la información al respecto y son pocos los testimonios que se pueden encontrar en donde se les mencione.
Esta invisibilidad histórica de una parte significativa de las víctimas, obedece a la cosificación de la que también sufren, que a lo sumo les merece ser contadas como pérdidas económicas. Así, los perros de compañía, los que cuidaban casas y fincas, las aves “de corral” y las vacas “parte del ganado”, fueron reducidos a su rol humanamente determinado y ante todo relacionado con la producción y el consumo. El especismo, la subordinación humana de los intereses de otras especies por no sufrir y por seguir viviendo, siguió presente aún después de la tragedia.
En el Archivo Señal Memoria, sin embargo, se puede encontrar un pregrabado del Noticiero de las siete N7, donde un periodista y una persona operando la cámara recorren con manía informativa las calles mientras retratan el paisaje:
Aún se encuentran a la deriva por el desolado pueblo, quizá conscientes a su manera de que algún final ha ocurrido, heridos; otros sin saberlo están cerca de convertirse en cadáveres, por las sospechas de rabia y para evitar que el hambre se coma a los humanos; otros no se ven, porque puertas, escombros o lodo los mantiene atrapados; y otros tantos, yacen sin vida en pastales, carreteras y habitaciones.
Por: Camilo Fernández Jaimes