Ficha Técnica
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Escuchábamos al intelectual Joaquín Piñeros Corpas hablar de la bandera de Colombia, esa que el 26 de noviembre de 1861 fue adoptada para los Estados Unidos de Colombia. En esa exposición altisonante de 1967, identificamos el tono de una aristocracia blanca que desde Bogotá ha hablado en nombre de Colombia de manera histórica.
Ese mismo tono que enarbola el nombre de próceres y políticos tradicionales de la oligarquía situada en las urbes y que suele denominar a las poblaciones racializadas y a sus personas anónimas (en la narrativa de la nación) como “indoctas e ingenuas”, propias de la ruralidad; en la medida en que el lenguaje rimbombante y eurofilo que “permite entender” los símbolos patrios no es “entendible” por esos oídos del “pueblo labriego”.
Las narrativas sobre la bandera de Colombia pueden ser analizadas a través de los planteamientos del antropólogo Peter Wade sobre nacionalismo y racismo, según los cuales el nacionalismo a menudo incluye narrativas racistas y etnocéntricas que moldean la identidad en las naciones latinoamericanas. Así pues, no se trata de que, como se piensa a menudo, el proceso de construcción simbólica de la nación homogenice a la población del territorio borrando sus diferencias, sino que “las ideologías nacionalistas también construyen la diferencia de manera activa y muy particular”.
Wade argumenta, tomando como referencia la música y la danza, que las representaciones de lo negro y lo indígena alimentaban las ideas de nación de la elite, y servían de contraste para definir lo blanco y el progreso. El punto es adoptar consideraciones estéticas y éticas sobre estas poblaciones para hablar del mestizaje como algo característico de la naciones latinoamericanas, sin hablar a la vez de los conflictos y las jerarquías que subyacen a las dinámicas propias de este territorio.
Así, en tiempos actuales podemos identificar, por ejemplo, la asociación entre comunidades negras e indígenas y el cuidado de la selva, sin que ello necesariamente venga acompañado de un reconocimiento y una crítica a la historia de exclusión y explotación racista que ha devastado estos ecosistemas y a estas poblaciones. Una vez más, las personas racializadas y sus prácticas culturales, que se tienden a naturalizar por la carga misma del concepto de “raza”, son consideradas un “valioso recurso con el que contamos las personas blanco-mestizas”.
Por: Camilo Fernández J.