Ficha Técnica
En 1992 Paola Turbay fue finalista de Miss Universo, treinta años después, en entrevista para 1994, El documental, El primer año del resto de nuestras vidas, decía que la victoria de un deportista o de una señorita Colombia puede ser la victoria de un país, señalaba además que en los noventa “ni siquiera la Copa Mundial de Fútbol le ganaba a Miss Colombia” en rating. Con ello, da cuenta del papel del entretenimiento para sobrellevar e incluso olvidar las difíciles situaciones que puede atravesar una población.
Y esto no es novedoso, basta con leer este fragmento de un artículo de Semana en 1947: “Una breve pausa se ha impuesto a la preocupación política, a los debates tormentosos, a las polémicas sobre las 850 000 cédulas falsas, a los viajes del señor Gaitán a las capitales, a las controversias de los ministros, con la proclamación que han hecho los 14 departamentos del país, de sus respectivas reinas de belleza”. ¿Pero qué es lo que tanto llama la atención de un reinado de belleza?
Con su inicio en 1934, el Concurso Nacional de Belleza representó una muestra de la modernización del país. En Reinados de belleza y nacionalización de las sociedades latinoamericanas, Ingrid Bolívar nos cuenta cómo desde la presidencia del concurso se ha pensado este como un “testigo” de los cambios que atraviesa el país y una forma de “valorar” su cultura.
Sin duda, el reinado es un evento donde se concentra la identidad nacional, indicándonos más o menos explícitamente cuáles son los valores de eso que somos y cómo esto tiene una expresión en la belleza asignada a un cuerpo femenino particular.
Como lo indica Chloe Rutter-Jensen, en el libro Pasarela paralela escenarios de la estética y el poder en los reinados de belleza, se trata de representar una ciudadanía ideal que se define principalmente por parte de las élites políticas y económicas, lo que se expresa no solo en la proveniencia familiar de las candidatas, sino en el carácter aristocrático e incluso eurocéntrico de lo que se considera bello.