Por: Jaime Humberto Silva Cabrales
Las festividades de fin de año son, ante todo, una expresión cultural que habla de las sociedades que las celebran. Ritos, costumbres y creencias que trascienden el ámbito religioso se conjugan en los diferentes grupos sociales. Cada familia, región y nación se identifica con sus propias costumbres, algunas muy locales y otras más generalizadas gracias a un origen común.
Dentro de ese conglomerado cultural tienen un lugar privilegiado la música y la gastronomía. Desde géneros tropicales hasta villancicos suenan por doquier cuando empieza el último mes del año mientras el buñuelo y la natilla comienzan a ofrecerse en casas y oficinas. En Señal Memoria conservamos diferentes documentos que hablan de la variedad de comidas navideñas y su origen diverso. El magazín Culturama, producido por Señal Colombia de RTVC, dedicó su capítulo 381 a este tema. Bajo la dirección de Paula Arenas y la presentación de Margarita Ortega, el programa emitido en 2011 dio cuenta de algunas de las tradiciones gastronómicas autóctonas del país y otras que llegaron junto con los inmigrantes porque, como la cultura de una sociedad se exporta cuando esa sociedad se moviliza, los platos regionales se diseminan y van siendo cada vez más globales. Una familia valluna que migre a otra región, por ejemplo, no solo llevará consigo su propia receta de arroz con leche, sino que con seguridad seguirá consumiendo desamargado y hojuelas en diciembre.
Por eso Latinoamérica tiene platos que se consumen en muchos de sus países (con variaciones locales, claro) como el pavo de origen mesoamericano o el pernil de cerdo español, y otros que son característicos de cada nación, como la lechona o los tamales en Colombia, el arrollado de pollo en Argentina, el pan de pascua en Chile, el roscón de reyes en Ecuador, el lechón al cilindro en Perú o los romeritos y el bacalao mexicanos. Para el caso venezolano el pan de jamón, un delicioso horneado relleno de uvas pasas, aceitunas, huevo y, por supuesto, mucho jamón, es tal vez el plato decembrino más representativo.
Un ejemplo de comida navideña que terminó arraigándose en otras sociedades diferentes a la originaria es el del panettone italiano, que llegó a buena parte de América de la mano de las diferentes oleadas migratorias de los siglos XIX y XX, y que por esta época es posible encontrar en panaderías y supermercados de casi todo el continente.
Pues bien, todo esto para decir que en una reunión a la que asistí el día de velitas uno de los potajes ofrecidos fue un exquisito pan de jamón. Casi al tiempo una entrañable familia colombiana que se hizo próspera en Venezuela y regresó al país hace unos años nos ofreció para la venta el mismo plato. Esta coincidencia gastronómica obedece no solo a lo apetitoso del pan relleno, también a que los miles de venezolanos que han migrado a Colombia impelidos por las difíciles condiciones socioeconómicas de su país han traído consigo su cultura. Las famosas arepas venezolanas que se ofrecen en negocios, casas y hasta en puestos callejeros dan cuenta de ello. Se trata de formas de economía alternativa que surgen para ayudar a que las vidas de estas familias sean más llevaderas en el extranjero.
Muy pocos abandonan su terruño por gusto propio. No solo es difícil dejarlo todo atrás (familia, amigos, bienes, costumbres, lugares, un amor…), también es extremadamente complejo rehacer la vida en un lugar que así hable la misma lengua no deja de ser extraño, y algunas veces hostil. Desde Señal Memoria nos referimos a esto debido a que la inmensa mayoría de venezolanos que han llegado a nuestras ciudades son gente honesta y trabajadora que lucha por integrarse a una sociedad que no siempre los acoge de la mejor manera. Estoy seguro de que buena parte de ellos, cuando las condiciones de su país mejoren, volverán agradecidos a sus lugares de origen. Mientras, una forma de ayudarlos podría ser deleitándonos con sus arepas, hallacas y, por supuesto, su pan de jamón, que llegaron a Colombia para quedarse.