Desde el Huila, donde nace, hasta el Caribe, donde desemboca, el Magdalena y su cuenca componen una cuarta parte del territorio nacional. Es fuente de historia y comercio, de riqueza y diversidad. Pero su deforestación implacable pone en riesgo todos sus ecosistemas; esto, a su vez, aumenta las inundaciones, sequías, derrumbes y demás desastres naturales. Sin bosques, se rompe el equilibrio y todos los pobladores de las riberas sufren. La decisión de reconocer al Magdalena como un sujeto de derechos permite repensar la relación con el río y la posición de las necesidades humanas, que históricamente siempre han estado en el centro.
Si Colombia es un cuerpo, su corazón es el río Magdalena. Nace en el Huila y desemboca en el Caribe. Se extiende a lo largo del territorio nacional, del que compone una cuarta parte.
Ha sido fuente de crecimiento económico; de inspiración para canciones, películas y libros; de biodiversidad. Alrededor de su cuenca vive el 80% de la población del país y se genera el 86% del producto interno bruto. Por sus aguas ha fluido el comercio, la historia, la vida. Cambia según avanza: es el mismo y distinto en cada tramo. Se mantiene inmanente mientras Colombia fluctúa: sigue y seguirá ahí.
Quizás haya que replantear esa última frase. A este ritmo, el río Magdalena no seguirá ahí. Con la llegada de la Colonia española, según investigaciones de la Universidad Eafit, en el siglo XVI, el 90% de la cuenca era bosque; hoy, solo el 10% lo es. Peor aún: el 43% de ese bosque fue talado en los años 80 y 90. En la actualidad, el número de hectáreas que se deforestan cada año en la cuenca del río Magdalena asciende a los cientos de miles. Decir que el río Magdalena está en crisis es tan ingenuo como describir el diluvio universal como una llovizna.
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Por la deforestación del Magdalena (cuya cuenca se encuentra erosionada críticamente cerca de la desertificación en un 78%) aumentan las inundaciones, las sequías y los derrumbes. Y, ciertamente, la vida de los seres que habitan la cuenca del río —tanto la fauna y la flora como los ciudadanos— se ve afectada. Según la época, se ha talado por distintas razones. En los siglos XIX e inicios del XX, por ejemplo, la madera era el combustible para los barcos de vapor que navegaban por el río. La madera se medía en “burros” y entre 6 o 7 burros de leña eran necesarios para que un buque avanzara 100 kilómetros.
Hoy, estos bosques talados dan paso a áreas ganaderas, agrícolas y mineras. Las consecuencias son evidentes. Si bien el calentamiento global puede ser un factor importante en el aumento de las inundaciones invernales desde la década pasada y del Fenómeno de la Niña, que ha aumentado el nivel del Magdalena y del Cauca, la principal causa de estos hechos proviene de la tala de la ribera del Magdalena. Y cuanto más se exploten esos suelos con objetivos económicos, más vulnerable será el entorno frente a desastres naturales.
Quizás sea testimonio de la resiliencia del río Magdalena, de los ecosistemas que lo circundan, que no esté absolutamente deshecho aún, a pesar de que, como le dice Carlos Lasso, coordinador de Biología de la Conservación y Uso de la Biodiversidad del Instituto Alexander Von Humboldt, a Mongobay “Desde los años 50 o 60 le estamos extrayendo recursos pesqueros y que sufre fenómenos antropogénicos de contaminación, alteración, tala, quema, deforestación”. Él describe el río como noble: la muestra es que sigue produciendo y resistiendo.
La cuenca erosionada y debilitada que queda como consecuencia de la deforestación masiva termina con su capacidad para captar agua mermada. Por eso vienen los desastres. Mientras que los bosques mantenían el equilibrio ambiental, la ruptura de ese equilibrio con la tala indiscriminada resulta, inevitablemente, en inundaciones.
Y como alrededor del Magdalena vive tanta gente, son millones las vidas afectadas año tras año, en un nivel inmediato, y las de todos los colombianos, en general. O sea que no se puede pensar en los miles de ciudadanos que se quedan sin casa cada año sin tener en cuenta la deforestación de la cuenca del Magdalena y los demás ríos del país.
A lo largo de la existencia de Colombia, e incluso desde que su nombre era río Grande, el Magdalena ha sido una vía de comunicación para todo el país.
Su valor económico y cultural ha sido claro. ¿Dónde queda el valor ambiental? En 2019, el juez Víctor Alcides Garzón del Juzgado Primero Penal del Circuito con Funciones de Conocimiento de Neiva, en respuesta a una demanda respecto al daño del proyecto hidroeléctrico El Quimbo (Huila) reconoció al río Magdalena como sujeto de derechos. Empezar a considerar los derechos del medio ambiente es uno de varios pasos importantes para proteger no solo este sino todos los ecosistemas de Colombia.
Esto implica un quiebre con la historia de los últimos quinientos años: dejar de poner a las necesidades económicas y extractivistas humanas en el centro de todas las decisiones y tomar en cuenta qué necesitan, en este caso, los ríos. Con este cambio de enfoque, además, se pueden beneficiar campesinos, pescadores y todos los que requieren del río para subsistir. En muchas partes del río ya no hay peces y el panorama no da muchas señales de optimismo, pero nunca es demasiado tarde para la acción y la transformación.
Autor: Santiago Cembrano