Este artículo, parte del especial digital Voces en Resonancia, analiza el Palacio de Justicia como símbolo de las tensiones entre democracia y violencia en Colombia. Explora cómo la memoria, entendida como un acto político y colectivo, cuestiona las narrativas oficiales y evidencia las doctrinas que justifican la violencia estatal. Desde este análisis, se plantea que la memoria es clave para transformar las instituciones y construir una paz que respete la diferencia, los derechos humanos y la dignidad.
El Palacio de Justicia, en los días 6 y 7 de noviembre de 1985, fue el escenario de una tragedia que puso en evidencia las tensiones más profundas del país. No se trata solo de un enfrentamiento entre el grupo insurgente M-19 y el Estado, sino de cómo la violencia estructural ha moldeado la relación entre poder, democracia y derechos humanos. Hoy, este episodio persiste en la memoria colectiva y nos desafía a preguntarnos: ¿por qué seguimos resolviendo nuestras diferencias mediante la violencia y la eliminación de lo diferente?
La memoria como herramienta crítica
La memoria no es simplemente el acto de recordar lo ocurrido. Como plantea María Emma Wills, es un ejercicio político y cultural que confronta las versiones oficiales del pasado, visibilizando las voces que han sido históricamente silenciadas. Elizabeth Jelin refuerza esta idea al señalar que la memoria es un campo en disputa, donde diferentes actores—víctimas, Estado y sociedad—pugnan por definir cómo deben interpretarse los hechos.
A diferencia del recuerdo individual, la memoria opera en el terreno colectivo y político. En el caso del Palacio de Justicia, esta disputa no es solo sobre lo ocurrido, sino sobre lo que significa y cómo se inserta en las narrativas nacionales sobre democracia y violencia. La memoria, entonces, no se limita a preservar hechos del pasado, sino que interpela al presente: ¿qué estructuras de poder permitieron este tipo de violencias? ¿Cuáles mecanismos sociales y culturales perpetúan la eliminación de la diferencia como forma de resolver conflictos?
En este contexto, los hallazgos de la Comisión de la Verdad resultan clave para entender estas dinámicas. La Comisión señaló que el concepto del “enemigo interno” permeó profundamente en las instituciones y en la sociedad colombiana. Esta doctrina, que justificó la violencia estatal como un medio para preservar el orden, también moldeó la forma en que los ciudadanos perciben y tramitan los conflictos. En lugar de dialogar con las diferencias, se opta por eliminarlas. Este legado no solo afecta la memoria del pasado, sino también nuestra capacidad para imaginar un futuro en paz.
Justicia y transformación
Voces en Resonancia: Camilo Umaña. (2024). [Fotograma]. Bogotá D.C. Archivo Señal Memoria, documento sin catalogar.
El caso del Palacio de Justicia simboliza las contradicciones entre el discurso democrático y las prácticas del Estado. Mientras en 1985 se defendió el orden constitucional, también se recurrió a la fuerza y a prácticas que derivaron en desapariciones forzadas, torturas y ejecuciones extrajudiciales.
El abogado Eduardo Umaña Mendoza, defensor de derechos humanos y representante de las familias de las víctimas en la cafetería del Palacio, denunció con contundencia estas violaciones. Advirtió que no eran hechos aislados, sino el reflejo de una doctrina que privilegiaba la represión como mecanismo de control. Su asesinato en 1998 buscó silenciar esta lucha, pero su legado ha sido continuado por su hijo, Camilo Umaña Hernández, quien plantea preguntas ineludibles: ¿Qué debemos transformar para que estas violencias no se repitan?, ¿cómo construimos una democracia que realmente garantice la dignidad humana?
Para Camilo Umaña, recordar el caso del Palacio de Justicia es enfrentar el desafío de transformar las relaciones entre el Estado y los ciudadanos. Este proceso no se reduce a rememorar los hechos; exige acciones concretas como el reconocimiento de responsabilidades, la garantía de derechos y la implementación de justicia restaurativa. En este sentido, la memoria no es un fin en sí misma, sino una herramienta para construir instituciones más inclusivas y democráticas.
El arte como resistencia
Voces en Resonancia: César López. (2024). [Fotograma]. Bogotá D.C. Archivo Señal Memoria, documento sin catalogar.
Frente a los silencios y las narrativas oficiales, el arte ha emergido como un espacio de resistencia y transformación. La música de César López, activista y compositor, ejemplifica cómo el arte puede entrelazar lo personal con lo colectivo. Su historia familiar se cruza con la del país: su hermana, Olga López de Roldán, fue víctima de tortura bajo el Estatuto de Seguridad, y uno de los magistrados asesinados durante la retoma del Palacio de Justicia, Carlos Horacio Urán, investigaba su caso antes de ser asesinado. Este vínculo entre tragedia personal y memoria histórica se refleja con claridad en su obra artística.
“La memoria es un espejo roto del que todos tenemos un pedacito, y entonces, el día que juntemos nuestros pedacitos y armemos ese espejo, nos vamos a poder ver la cara completa… y yo siento que, en el Palacio, encontré mi pedacito”, afirma César López.
Para César, la memoria no es un simple recurso para recordar, sino un acto ético que interpela al presente. A través de la música, busca conectar a la sociedad y promover una comprensión más profunda de las causas y consecuencias de la violencia. El arte, en sus diferentes expresiones, no solo denuncia las violencias del pasado, sino que también abre caminos hacia la justicia y permite imaginar un futuro más plural.
Memoria y paz: un compromiso compartido
Reconstruir las memorias de hechos como el Palacio de Justicia nos obliga a enfrentar las responsabilidades del Estado, a escuchar las voces de las víctimas y a cuestionar las prácticas que justificaron la aniquilación del otro como mecanismo de poder.
La construcción de paz no se limita a acuerdos formales ni a la ausencia de violencia directa. Como plantea Johan Galtung, implica transformar las relaciones sociales y construir un tejido basado en la justicia y la empatía. La memoria, integrada en los procesos educativos, en el arte y en los espacios públicos, se convierte en una herramienta indispensable para evitar la repetición de los ciclos de violencia.
El caso del Palacio de Justicia no es un episodio aislado, sino un espejo de las estructuras que han perpetuado la violencia en Colombia. La doctrina del “enemigo interno”, que justificó la eliminación de la diferencia, sigue siendo un desafío a superar. Solo al confrontar estas narrativas podremos imaginar una democracia que no se construya sobre la exclusión, sino sobre el reconocimiento de la diferencia y la resolución pacífica de los conflictos.
Reflexión final
Voces en Resonancia: Jorge Cardona. (2024). [Fotograma]. Bogotá D.C. Archivo Señal Memoria, documento sin catalogar.
El legado de Eduardo Umaña Mendoza, continuado por su hijo Camilo Umaña Hernández, y el arte de César López son ejemplos del poder transformador de la memoria en nuestra sociedad. Estos aportes nos muestran que la memoria no es un acto pasivo ni estático, sino una herramienta activa que interpela, cuestiona y transforma.
La memoria y la paz son procesos inseparables: ambos exigen sensibilidad, acción y un compromiso constante con la verdad y la justicia. Al confrontar nuestras heridas colectivas, podemos desafiar las estructuras que perpetúan la violencia y trabajar hacia un futuro más ético y plural. La memoria, como acto de transformación, nos llama a escuchar, a cuestionar y a actuar, asegurando que los hechos del pasado se conviertan en un compromiso permanente con la dignidad humana.
Por: Laura Vera Jaramillo