Ficha Técnica
La serie Yuruparí registró durante casi cinco años la cultura de Colombia. Aunque las grabaciones se extendieron por un lustro, lo grabado abarca siglos y siglos de historia en movimiento, de transformación, de vida. Así fue en el caso de “Las cuadrillas de San Martín”, por ejemplo, una festividad que viene del siglo XVIII y que reflexiona sobre lo ocurrido mucho antes en la Conquista de América. Así también es el caso de “Carnaval de los Sibundoys” o “El aguacerito”: manifestaciones actuales cuyas raíces permiten rastrear su origen, incluso cuando nuestro territorio no se llamaba Colombia.
Es interesante entonces cuando Yuruparí se enfoca en una manifestación en la que sucede lo contrario, es decir, una manifestación que apenas está naciendo y formando. Es fácil caer en la idea que dice que el patrimonio y la cultura son sinónimo de pasado y que el futuro tiene otros rumbos, visión que limita una característica tan importante de la cultura como el cambio, el dinamismo, la respiración de un organismo vivo. La cultura no tiene que ser un souvenir de lo que ya pasó. Es también un mapa de lo que está sucediendo. Tal certeza llega cuando uno ve el episodio de “El Festival del Retorno”, de Santa Rosa de Saija, en Timbiquí (Cauca).
En 1983, en el marco de las celebraciones alrededor de la virgen Santa Rosa, tuvo lugar por primera vez el Festival del Retorno: el regreso de los pobladores de Santa Rosa, que tiempo atrás habían dejado el pueblo para ir a otros puntos del Pacífico, a otros lugares de Colombia. Estas personas, que hacen parte también de Santa Rosa (aunque estén lejos), son recibidas con marimbas y currulaos: es una fiesta. Durante esa semana de fiesta hay actividades de integración, se bebe viche y se celebra hasta que llega el momento de la despedida. Así como el pueblo fue al puerto a recibirlos, entonces también va al puente a despedir a los que parten para dirigirse al lugar donde viven, aunque su casa siga siendo Santa Rosa.
Este fragmento del episodio dirigido por Gloria Triana y realizado en 1983, el primer año de Yuruparí, deja en claro cómo las prácticas religiosas africanas conviven con el catolicismo para formar una síntesis cultural, la cual se hace más presente que nunca en las fiestas patronales. Y en las fiestas de 1983 puede apreciarse cómo los habitantes de Santa Rosa de Saija esperan la embarcación que llega, la alegría de ver arribar a los queridos, a la familia, a los amigos. No es una manifestación de siglos, sino algo nuevo que responde, en parte, a la migración profunda que sacudió a Colombia en la segunda mitad del siglo XX. “Bendito sea Dios, señor, que llegó el retorno a Saija. Con los brazos abiertos los estamos esperando”, cantan. De esta manera, Yuruparí también registra esa cultura que nace, antes de volverse tradición.
Autor: Santiago Cembrano