Como en la historia de la dama y el vagabundo, la literatura ha mirado muchas veces al fútbol por encima del hombro. Sin embargo y más allá de las apariencias, cada vez son más los escritores que han encontrado en el fútbol una suerte de tierra prometida donde han dado con la materia prima para cuentos, poemas y novelas. En estas vísperas de otra Copa Mundo, bien vale la pena echar un vistazo a esa secreta hermandad entre el oficio de escribir y el oficio de hacer goles.
Si se trata de hablar de literatura y fútbol podemos remontarnos –sencillamente como una manera de iluminar un punto de partida– a un momento preciso de la historia, a un puñado de días de junio de 1986 que encierran un profundo simbolismo, cargado de paradojas en torno a esa relación -inexistente para unos, estrecha para otros, extraña para muchos- entre las palabras y los goles.
El sábado 14 de ese mes murió a los 86 años en Ginebra (Suiza) el escritor argentino Jorge Luis Borges, que (aquí empiezan las ironías) a pesar de la sangre inglesa que corría por sus venas y el hecho de conocer el inglés tan bien como el castellano, detestaba el fútbol. Una semana y un día después, el domingo 22, otro argentino de 25 años, Diego Armando Maradona, protagonizó uno de los triunfos futbolísticos más brillantes de todos los tiempos, al derrotar a los ingleses en el estadio Azteca con el gol de la Mano de Dios, sí, un gol que metió con la mano izquierda en el minuto 51, y el Gol del Siglo (minuto 55) que llegó precedido de un rosario de gambetas y fintas que le sirvieron para dejar en el campo a medio equipo rival, al que el aliento apenas le alcanzó para un anotar un tanto en el minuto 81.
¿Qué hubiera dicho Borges de ese partido de haberle dado el destino la oportunidad, la última quizás, de verlo desde su lecho de enfermo? ¿Qué hubiera pensado de la final contra Alemania, el domingo siguiente, cuando los argentinos, sus compatriotas, alzaron el trofeo en esa Copa del Mundo? Difícil imaginarlo, no solo porque Borges era ciego, sino también porque hay frases suyas que son lapidarias: “once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”. ¿Qué hubiera dicho Maradona de la obra de Borges? También es difícil imaginarlo si tomamos en cuenta que para entender muchos de sus libros son necesarios todo el silencio y la quietud y la calma a la hora de leerlos, condiciones que no tenían lugar en el cuerpo y el ánimo de un jugador como Maradona, que lo único que sabía hacer era bailar con un balón en la cancha, al son de los gritos y los aplausos y la euforia de la tribuna.
Ambos ídolos –Borges y Maradona– compartieron su paso por este mundo, pero ignoraron que, en últimas, se movían en el mismo reino. Porque ¿acaso una cancha de fútbol no es, antes de iniciar el partido, una página en blanco en la que será escrito un drama de 90 minutos? ¿No es la ilusión de escribir un cuento (un género que no acepta las medias tintas, pues una buena historia, como un gol, cuaja o no cuaja y punto) algo parecido a la ilusión de ganar un partido? ¿No tiene cada uno su argumento, sus personajes, su final muchas veces inesperado? Lo dijo la guionista y productora de televisión Juana Uribe en el programa Libro abierto, a propósito de la popular serie de los años noventa, De pies a cabeza.
Guiomar Acevedo Producciones para Inravisión-Señal Colombia (Productor). 1997, [Libro abierto - Fútbol y literatura] [Programa educativo]. Colombia: Guiomar Acevedo Producciones para Inravisión-Señal Colombia. Archivo Señal Memoria, BTCX30 007847.
El fútbol como drama y trama
Dejemos claro, entonces, que el fútbol es un drama y también una fiesta. Es decir, el fútbol es como un espejo de la vida, cosa que resultó una verdad incontestable para Albert Camus, un escritor que en este asunto del fútbol y la literatura estaba en las antípodas de Borges. Además de ser arquero en su Argelia natal (al parecer una tuberculosis truncó sus planes de dedicarse a una carrera profesional en las canchas), Camus fue Premio Nobel de Literatura a los 44 años y dijo que había recibido del fútbol tanta influencia como de la literatura y que lo que más sabía acerca de moral se lo debía al fútbol. Bajo el arco aprendió que un balón jamás llega del lugar que se espera, sino del más insospechado. En pocas palabras, que la vida consiste en no dejar que a uno le metan goles.
Porque el fútbol, como la vida, es una pieza de teatro que se escribe sobre la marcha: ¿Quién escribe la obra? ¿El director técnico?, pregunta el uruguayo Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra. La obra –dice– se burla del autor y su desarrollo sigue el rumbo del humor, de la habilidad de los actores, y de la suerte, y por eso el desenlace es siempre un misterio, excepto en los casos de soborno o de alguna otra fatalidad del destino.
Una de esas fatalidades del destino le tocó afrontarla a la Selección Argentina en las eliminatorias al Mundial de 1994 que se llevó a cabo en Estados Unidos, cuando fue derrotada por la Selección Colombia 5 goles a 0, en un partido cuyo desenlace nadie esperaba, es decir, un desenlace que a pesar del estallido de felicidad que retumbó en nuestro país, resultó un misterio… en especial para los argentinos. No en vano el escritor y periodista colombiano Mauricio Silva Guzmán escribió un libro sobre ese encuentro, titulado El 5- 0, el cual es, en últimas, una radiografía de aspectos enteros de la Colombia de entonces cuyo equipo, como se dice, mató al tigre y se asustó con la piel. Silva es otro que tiene muy clara la conexión entre el fútbol, la vida y la literatura. Escuchémoslo en el siguiente fragmento de Hablemos de…, un programa de 1998.
Televideo S.A. para Inravisión - Señal Colombia (Productor). 1998, [Hablemos de... Fútbol] [Programa educativo]. Colombia: Televideo S.A. para Inravisión - Señal Colombia. Archivo Señal Memoria, BTCX30 015647.
La dama y el vagabundo
Para nadie es un secreto que desde siempre la literatura ha mirado por encima del hombro al fútbol, como una dama encopetada y muy vieja acostumbrada a los espacios cálidos y confortables de una biblioteca, a quien le resulta difícil sentarse a la mesa con el joven advenedizo que se la pasa corriendo a cielo abierto y que cada vez que puede coge un balón a patadas y celebra los goles al borde del paroxismo. Algo parecido a la historia de la dama y el vagabundo.
Al fin y al cabo, la literatura existe desde que el hombre es hombre, mientras que el fútbol, en su configuración actual, se remonta a la segunda mitad del siglo XIX, cuando Occidente inició una profunda transformación motivada, en buena medida, por el ascenso de las clases medias y populares que poco a poco fueron encontrando en su militancia como hinchas de tal o cual equipo, no solo una manera de pasar la tarde del domingo, sino también de hacer parte de una vasta voz colectiva (por algo, en la misma época, también nacieron los movimientos políticos de masas). De nuevo Galeano da en el clavo cuando dice: “El desprecio de muchos intelectuales conservadores se funda en la certeza de que la idolatría de la pelota es la superstición que el pueblo merece. Poseída por el fútbol, la plebe piensa con los pies, que es lo suyo, y en ese goce subalterno se realiza. El instinto animal se impone a la razón humana, la ignorancia aplasta a la Cultura, y así la chusma tiene lo que quiere”.
A pesar de esa distancia desdeñosa entre la dama y el vagabundo, ella ha aprendido a ver fútbol y por eso hoy son escasos (¿inexistentes?) los escritores que en pleno siglo XXI no van al estadio o, al menos, no encienden el televisor para ver de cuando en cuando una final o un clásico. Ninguno en estos tiempos quisiera incurrir en la postura petulante de un Borges o un Rudyard Kipling, el escritor y poeta británico que en 1880 condenó el fútbol cuando se refirió a “las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. De esa cercanía entre fútbol y literatura hablan los periodistas Germán Santamaría, Alberto Duque y Carlos Pardo en el programa Hablemos de…emitido por Señal Colombia en 1998.
Televideo S.A. para Inravisión - Señal Colombia (Productor). 1998, [Hablemos de... Fútbol] [Programa educativo]. Colombia: Televideo S.A. para Inravisión - Señal Colombia. Archivo Señal Memoria, BTCX30 015647.
El futbolista que todos llevamos dentro
La metáfora que concibe la cancha como una página fue vista con toda nitidez por el italiano Pier Paolo Pasolini: “el fútbol es un sistema de signos. Las palabras del lenguaje del balompié se forman exactamente como las palabras del lenguaje escrito-hablado”. Y por su parte, el recién fallecido novelista español Javier Marías, recordaba la práctica del fútbol como una suerte de paraíso perdido: “confesaré que es de las pocas cosas que me hacen reaccionar hoy en día de la misma manera —exacta— en que reaccionaba cuando tenía diez años y era un salvaje, la verdadera recuperación semanal de la infancia”. Y el colombiano Ricardo Silva Romero sostiene: “todo lo importante puede aprenderse en el fútbol: el amor, el coraje, la compasión y la derrota. Y claro: la idea de fondo de que no hay que matar para vencer”.
La lista de escritores que se han referido al fútbol, que lo han jugado o lo han visto jugar en el estadio o en la pantalla, podría resultar interminable: Shakespeare, el argentino Roberto Fontanarrosa, el chileno Roberto Bolaño, el mexicano Juan Villoro, los españoles Manuel Vázquez Montalbán, Camilo José Cela, Enrique Vila-Matas, Rafael Alberti, Gerardo Diego… Y también el colombiano Juan Esteban Constaín, autor de la novela ¡Calcio!. Ambientada en el siglo XVI en torno a un juego de pelota en Florencia entre los soldados de Carlos V y las tropas que seguían al papa Clemente VII, ¡Calcio! atribuye los orígenes del fútbol, no a la Inglaterra victoriana, sino a la Italia renacentista. Otra de las escasas novelas centradas en el mundo del fútbol es Papeles en el viento, escrita por el argentino Eduardo Sacheri, al parecer hincha apasionado de Independiente Avellaneda.
¿Acaso persisten las dudas de la hermandad, en estos tiempos que corren, entre la literatura y el fútbol? Osvaldo Soriano, argentino, resuelve con pasmosa sencillez la clave de esa hermandad cuando dice: “Mis emociones vitales más fuertes fueron un instante en una cancha jugando con los amigos, y un instante a solas escribiendo una línea”. Dos placeres que, en definitiva, no son excluyentes, como creerían muchos. Porque hasta un escritor tan sesudo, siempre de corbata y muy bien peinado, aristócrata para más señas como el peruano Mario Vargas Llosa (dice la leyenda que alguna vez estuvo reuniendo materiales para un libro sobre fútbol que nunca escribió), reconoce las bondades que trae presenciar un partido, bien sea en el estadio o en la pantalla. Esas ocasiones “nos permiten sacar al aire libre, por un rato, al antropoide taparrabos, ávido de placer y cataclismo que, pese a tantos miles de años de esfuerzos por aniquilar, sigue habitándonos”.
Autor: Fernando Nieto